No es novedad hablar de las
virtudes dramatúrgicas de Sabina Berman. Menos, que es especialista en la
comedia, desde Entre Pancho Villa y una
mujer desnuda hasta Moliére.
Además, que ella misma es una directora de altísimo nivel, porque juega los
tonos, los gestos y el timming con
una calidad excepcional que hace que sus actores sean de primera. Bastaría con
recordar su puesta en escena Extras,
con los hermanos Odiseo, Bruno y Demián Bichir.
En lo que no se ha profundizado es
en lo endemoniadamente intelectual que es en la comedia. Porque en la comedia se
trata de reír y, con eso, se logra el objetivo del género. Pero la Berman no se
conforma. Sus personajes son inteligentes, intuitivos, con carácter. Las
palabras traen arrastrando el conocimiento de la religión, de la filosofía, de
la psicología, de la historia. ¡Y no pesa tanto conocimiento! Es ágil,
versátil, sutil y graciosa. Quizá por eso, los que no profundizan en sus obras
la acusan de comercial. Porque ella
quiere ser leve, aun cuando el contenido sea denso.
Eso nos pasa con El narco negocia con Dios, escenificándose
en el Foro Shakespeare bajo la dirección de Ana Francis Mor. El intercambio de
palabras entre el narco y un ciudadano culto y con ética tambalea la
posibilidad de que la norma, la ley, la civilidad, y esa pequeña línea por
donde cruza la vida entre lo aceptable y lo inaceptable, confluyan hacia un desequilibrio,
y hagan dudar a los espectadores entre “buenos” y “malos”. Peligroso juego el
de Sabina Berman, arriesgada siempre en sus propuestas. El país se desangra y
la comedia viene a decirnos que aligeremos el paso de la tragedia que vivimos.
Que riamos. Que celebremos la vida a pesar de todo. Que escuchemos al otro. Que
no es un asunto del Bien contra el Mal. Que la droga ya está aquí y de todas
formas vamos a tener que buscar la ineludible convivencia.
Una comedia del absurdo es lo que
propone Sabina Berman. Hasta el público queda perplejo ante la propuesta.
Porque se trata de oír al otro, el satanizado, el maldito, el apestado de la
sociedad civil que trafica con las drogas, frente al que se lava las manos y se
dice perteneciente al mundo de la honestidad, aunque sea hipócrita social. Un
texto de difícil dirección y actuación. Entre la obra y la puesta en escena se
alcanza un atisbo. Faltó tiempo de ensayos, perdieron tonos de la comedia y
cayeron en clichés consabidos. Como que extraño la mano de una dirección
impecable, implacable, capaz de mejorar el trabajo de los actores que lo hacen
decorosamente, pero podrían ser sublimes.
Vale la pena repetir y que
cualquier espectador vaya porque rompe tabúes, prejuicios, susceptibilidades.
Comedia que cuestiona, como es el fondo de un género despreciado desde los
griegos, y que sin embargo está ahí, vivo, diciéndonos: hagamos la vida más
ligera porque de otra manera, con tanta seriedad, nos va a llevar a todos la
chingada, con tanto pesimismo.
Coda
Invito al que gane la Presidencia a
ver la obra de Sabina Berman. Con la risa se aligera la tragedia.
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