viernes, 1 de febrero de 2013

Washington Square Park

¿Cómo iba a saber que en el parque, bajo sus pies, yacen 20 mil cadáveres? Llego aquí inspirado por la lectura de Henry James, el relato —casi nouvelle— donde la protagonista cava su tumba para vivir soltera el resto de su vida y jamás volverse a enamorar. Historia de decepción.
En Washington Square Park el visitante observa sobre el suelo los estragos de la droga. Aunque se difunde en las guías como lugar de intelectuales no conformistas y estudiantes de la Universidad de Nueva York, con todo, llega una población marginal —homeless, les dicen—, que no tienen ni dónde sentarse en el barrio de Greenwich Village. Pero en 1935, la heroína de James —una niña bien de entonces— se sentaba a leer y observar a la gente, la Quinta Avenida, los árboles y el “olmo de los ahorcados”…
Hoy el paisaje es diferente: el arco del triunfo dedicado a George Washington fue construido en 1895, símbolo del sitio y conmemoración de los 100 años de la ciudad. Hoy es una de las zonas más populares al sur de la “Gran Manzana”. Hoy, Catharine no lee. Ni piensa en el desacato a su padre por dejar subir por las escaleras de mármol a aquel joven de escasos recursos y gustos lejos de su clase. Pudo haber sido cualquiera de esos adolescentes que ahora merodean la plaza en busca de conquista rápida. Pero hoy, James ya no está para contarlo.
Aunque al escritor no le interesaban las clases bajas. Prefería los arquetipos de la aristocracia. Trinaría de ira si viera el actual sitio convertido en popular, con tableros de ajedrez, gente sin dueño, con sus perros; o turistas con hamburguesas sentados en lo que fuera el espacio a donde el progreso imponía cambiarse porque ahí, en esa zona, estaba el ideal de tranquilidad y refinamiento de los pudientes. Un territorio a la alza.
Era, en el XVIII, las afueras de Nueva York. El Consejo Municipal adquirió el terreno para construir un cementerio para gente sin fortuna, indigentes, los miserables de siempre. Una fosa colectiva. Miles fueron enterrados allí por la epidemia de fiebre amarilla, en el XIX. Hasta que llegó el progreso y las inmobiliarias se ocuparon de adquirir, fraccionar y pavimentar el ataúd masivo. James no lo dice pero su relato o novela corta—que lleva el nombre del parque—, atraviesa esos tiempos. Aun pueden vislumbrarse vestigios de aquella arquitectura donde el lujo aparece, ya sin la fachada rural del siglo XIX. Apenas al despuntar el XXI renovaron el parque con una fuente rodeada de estanques, donde los niños se adhieren al agua en el caliente verano.
El forastero llegó al escenario de la historia de amor frustrado, donde nada es como el cuento. Las obras nunca se parecen a la descripción del autor, si se comprueba. La exaltación de la realidad es realismo en James, no verdad. Esa es la maravilla de la vida y la literatura.
Igual, pisar los muertos del cementerio enterrado bajo Washington Square, da escalofrío.

Coda
¿Le gusta Chéjov? No deje de ver Réquiem, de Hanoch Levin, dirigido magistralmente por Enrique Singer. Es un canto a la otra parte de la vida: la muerte. Música y poesía como esperanza

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