viernes, 15 de febrero de 2013

Adiós al mundo editorial


Hace un año me separé del mundo editorial. Adiós a los libros para venta. Hasta nunca a las lecturas forzadas. Lo más lejos de la publicación de un libro por efectos comerciales. Ya no seré perseguido por autores en busca de espejo. Perderé “amigos” y ganaré libertad para leer sin prisa y placer. Regreso al periodismo, con escasas posibilidades de sobrevivencia.
Hace años debí dejarlo. Harto de las formas de editar en empresas trasnacionales: manuscrito a la imprenta, con ojo de contador, con instinto de vendedor. Sin un criterio literario. Como libro de temporada. Para venta del año y luego desaparecer del mercado. Y el que sigue. Leer para vender. Hoy, cada vez con menos posibilidades de editar literatura sin adquisición segura. Renunciar a lo que uno es para convertirse en mercader. Pues no.
Un libro, digamos, de calidad literaria, importa poco si su venta no es la adecuada. No pasa el margen que te acotan las trasnacionales del libro. Nadie en su sano juicio publica una obra que no venda más de cuatro mil ejemplares. Y son contados autores y textos literarios que logran llegar al menos a dos mil ejemplares. Eso es perder (salvo que entre el Estado: patrocinador de fracasos).
El editor, o tiene ojo para la venta de un libro, o no sirve. No es el que tenga sensibilidad para descubrir un texto literario. Eso ya no existe en empresas trasnacionales donde me desempeñé los últimos años.  Donde importan los targets, la moda o tendencia, no el valor cultural. Donde jamás se discute un libro, sino el “producto” y sus perspectivas económicas. No satanizo. Es la realidad.
Los autores que se dicen serios —muchos ni lo son pero se lo creen—, ni entienden de esto, o hacen que les habla el sereno. Ya citaré en otro momento ejemplos de mediocridad con creencias de sapiencia que nunca se concreta en obra de trascendencia. Hablo con la sinceridad de la experiencia. El romanticismo del mundo editorial es una falacia donde el único ganador seguro es, primero, el impresor (cobro inmediato). Segundo, el distribuidor del libro (50 por ciento del precio del libro, a la bolsa). Y los últimos, casi a la par: el autor y la editorial que, si reimprimen, ya la hicieron (si pasan de cinco mil ejemplares).
Agradezco a la vida entender que, una y otra vez, el dinero es el soporte de las mentiras que vendemos en nuestra profesión para demostrar nuestras capacidades creativas. Capacidades siempre en relación al número de ventas de aquello que proyectamos. Después de vivirlo, admito que me rindo. Lo siento por los que persisten en la credulidad que al menos a mí me acompañó todos esos años que quise hacer libros de calidad, no de cantidad, apegándome a mis conocimientos literarios, sí, pero también ajustándome a las necesidades de empresas depredadoras de los talentos que contratan para que el mundo editorial persista.

Coda
¿Por qué el programa Creadores Universitarios, con patrocinio de la UNAM, se transmite por Televisa cuando la institución tiene su propia televisora? ¿Alguien puede explicarlo? ¿El rector José Narro no pasa por la transparencia de recursos públicos?

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