viernes, 1 de marzo de 2013

Dos amigos… enemigos


Cuando ingresé oficialmente al mundo editorial en Plaza y Janés, un periodista, Víctor Roura, se asombraba de que “los españoles” hubieran contratado a “un ignorante” como yo. El artículo, publicado en El Financiero, lo pegué en la entrada de mi oficina de avenida Coyoacán: que los autores supieran a qué atenerse con semejante bestia. Fue la última vez que leí los insultos del periodista que cumple 25 años dirigiendo la sección cultural del diario mencionado.
Roura y un servidor nos conocimos en el Unomásuno. Con dos maneras de pensar absolutamente divergentes, no parecería que pudiéramos ser amigos. Pero lo fuimos. Del Unomásuno a La Jornada, de la que fuimos fundadores y accionistas, en los 80. Él, más cerca de Miguel Ángel Granados Chapa y yo, de Carlos Payán Velver (hoy sabemos que esos grupos se dispersaron, y quedó uno solo, al mando de Carmen Lira). Conversábamos de música —su delirio—, y de teatro —mi pasión—.
No dejábamos títere con cabeza del mundo cultural: las mafias, el amiguismo, la corrupción, las becas, las dificultades de ser editor de cultura en los diarios. En el Unomásuno él ya era jefe de información de la sección cultural con Humberto Musacchio de responsable. Para cuando llegamos a La Jornada, lo natural era la sección cultural para Roura. Entonces él —nadie más—, me adjudicó el puesto de jefe de información. Ahí empezó nuestro alejamiento. Y su encono.
Mi amigo hoy enemigo perdió la sección cultural porque dejaba de publicar muchas noticias del ámbito cultural. La Jornada quería exclusivas pero también la cobertura de eventos fundamentales, como el Premio de los libreros de Frankfurt al poeta Octavio Paz, que no cubrimos oportunamente, por ejemplo. Quejas desde la dirección general. Roura, indignado, presentó su renuncia. Se la aceptaron. Me ofrecieron el mando. Lo acepté. Ese fue mi delito. De ahí su rencor. No me meto en intimidades porque está fuera de lo estrictamente informativo, pero diré hasta qué punto fuimos amigos: con su mujer vivió en mi departamento de Cuba 12, poco menos de un año. Así de cuates fuimos.
No pienso volver a escribir del tema. Hoy sé que hay un libro de más de 400 páginas donde me infama y dice cosas que muy difícilmente pueden comprobarse. Lo escribo ahora porque me cansé estos años de guardar silencio en respeto a nuestra amistad. Un hombre con problemas para discernir entre la verdad y su verdad, de la que nadie somos dueños. Aprecio nuestras conversaciones/ confrontaciones, sí, pero no sus arrebatos donde el enemigo acecha a cada paso y todos son responsables, menos él. Creo que la amistad nunca termina a pesar de los finales donde aparece la enemistad. Por eso guardé silencio estos años. Éste es mi punto final.

Coda
Por cierto, al lujoso y costoso libro de Humberto Musacchio, México: 200 años de periodismo cultural, le faltó un prólogo más extenso para tantos años de diferencias culturales. Cubrir 200 años en 15 páginas es difícil. Eso sí: el libro está bien bonito.

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