jueves, 13 de junio de 2013

Las cartas de Frida

¿Qué esperan las autoridades para llevar a Bellas Artes Las cartas de Frida, la ópera de toilette de Marcela Rodríguez dirigida por Jesusa Rodríguez y Clarissa Malheiros? Sería el acontecimiento de la temporada, el hito del teatro que estamos esperando. El éxito sería arrollador. Van mis impresiones.
El teatro no necesita de un museo o galería para crear una instalación. El teatro ha sido siempre arte contemporáneo. Jesusa Rodríguez lo sabe desde aquella ópera de Mozart y Da Ponte, Don Giovanni, convertida en “Donna Giovanni”. Con plena madurez regresa al género —junto con Clarissa Malheiros—, al brindarnos una Frida Kahlo sin estereotipos, desde los huesos, los nervios, las arterias, los músculos y sus cinco sentidos. Frida revivificada en su arte: sus pinturas, cartas, pensamientos e ideas sobre el mundo.
No es la puesta de o sobre Frida Kahlo. Es la pintora desde sí misma, desde un vestido colgado del techo del teatro Sor Juana Inés de la Cruz, mientras una mujer con los pies en la tierra cuelga de dos cuerdas. Cielo e infierno. Poesía en movimiento donde el papel —cortado, rasgado, apretujado, ultrajado—, es protagonista y Frida al servicio de la devastación de una vida en su luz más nítida. El baño de la artista es la escenografía, la tina que inspiró la pintura “Lo que el agua me ha dado”. La música electrizante de Marcela Rodríguez —dirigida por Christian Gohmer e interpretada con nueve concertistas del Ensamble de música contemporánea, Tempus Fugit—, es el abismo al que los espectadores sucumben al embrujo de la ópera donde la soprano, Catalina Pereda, nos transporta a la voz de la artista con la tentación de existir.
Es fuerza reír y llorar, abandonarse a razonamientos y emociones que evocan —no la imitación de algunas obras de la pintora—, sino  la recreación, vivificación que realizan en la puesta en escena, con el papel en blanco metamorfoseado con los cuerpos de los actores, con la música que interpreta la sensibilidad de una creadora a flor de piel. Los que dicen admirar el arte contemporáneo deberían ver este montaje asombroso que en Alemania provocó reacciones positivas, sin indiferencia. Teatro digno de estar en el MoMa, en vivo, más allá de una simple caja de zapatos o la presencia congelada de una Marina Abramovic. Los artistas plásticos deberían saber que a los instaladores de hoy les falta la poesía —y el drama—, de esta pieza.
La interpretación que se hace de Frida es con sus cartas, sí, pero Jesusa Rodríguez, Clarissa Malheiros y Marcela Rodríguez van más lejos, sin traicionar a la artista personificada en Catalina Pereda con gran aliento, una voz que cautiva y taladra la conciencia del más desorientado. El arte redime: es el ave Fénix que rejuvenece hasta a un alma vieja.
Jesusa Rodríguez renace con este montaje, después de su adhesión a la política. Bravo, maestra.

Coda

Raquel Tibol recopiló, por años, las cartas de Frida. Les dio su lugar en la historia. No le dieron un solo crédito en el montaje de Jesusa. Una injusticia.

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