viernes, 24 de enero de 2014

Editor de forma, sin fondo

Editar bestsellers de Estados Unidos es cómodo, fácil y sin gran conocimiento. Bastaría ver la lista de los más vendidos en publicaciones, los nombres que encabezan la tendencia, seguir la historia de ésos éxitos y ofrecer un adelanto de derechos de autor para garantizar su edición castellana. El que mejor paga la titularidad hasta por 10 años, gana: sin dinero no se mueve una hoja de papel impresa. ¿Eso es ser un buen editor o tener chequera?

Eso no es más que un gestor de la economía: Que sabe lo que el dueño de una trasnacional exige para sacar el presupuesto del año. Créanme, no es difícil, con colmillo. Bastaría con leer memorias de editores extranjeros que dedicaron parte de su vida al negocio del bestseller: Libros la mayoría en poder de agentes literarios, encargados de aceptar o rechazar ofertas de las grandes editoriales del mundo. Son los agentes los verdaderos jeques para decidir el destino de un autor y su obra, no los editores que hace buen rato han quedado en segundo término.

Los editores no tienen dinero para gastar sino para hacer ganar a una empresa: Una equivocación puede costarle el empleo. Si no me creen basta una lectura al libro de Gill Davies, Gestión de proyectos editoriales, y entenderán la tragedia de hoy: Apostar por un libro de calidad, de prestigio pero de escasa venta, es peligroso: Mejor dejarlo en manos de su autor, que piensa que salva a la humanidad con su manuscrito de ideas y sueños. Los “editores” no deben tener ningún sentimiento de culpa para decidir el destino de un libro así: Simplemente no se publica. En México estamos infestados de obras pseudoliterarias porque los editores barcos creen que descubrieron al nuevo talento nacional.

La soberbia para editar y publicar es uno de los más graves problemas a la hora de la realidad: Las ventas del libro. Todos son culpables menos el autor. Y en la industria editorial el único cabeza a los ojos del dueño es, precisamente, el editor: No el vendedor, no el distribuidor de libros, no la publicidad. El editor carga con las responsabilidades. Algo que un autor mediocre nunca entenderá. Menos esos escritores que creen van a ganar el premio Nobel de literatura: No es broma: Tengo confesiones de muchos que he publicado, soñadores sin ninguna esperanza pero con un ego fuera de serie (no pienso decir nombres porque son más que varios).

Adiós al libro de Ernesto de la Torre Villar, Elogio y defensa del libro. Los grandes difusores del libro de ayer no tienen cabida en la industria donde lo importante es vender, no hacer catálogo, autores de prestigio, títulos para las generaciones del futuro. Se acabó. Adiós al XVII, considerado el siglo de la erudición, el inicio de las grandes bibliotecas del mundo. En el XXI, ¿qué va a quedar de lo que hoy conocemos? Muy poco a pesar de las listas anuales de autores en nuestros medios. Quizá ningún título de los más de 100 nombrados por Sergio González Rodríguez en 2013.

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