El perro de los Baskerville —de
Arthur Conan Doyle— es clave para desenmascarar las mentiras que un padre le
dice a su hijo, un niño con síndrome de Asperger: con apenas quince años hace
una investigación policiaca al estilo Sherlock Holmes para saber quién mató a
Wellington, el perro del vecino. Lo que descubre asombra paso a paso a los ojos
del espectador que va al teatro a ver El
curioso incidente del perro a medianoche, una novela escrita por Mark
Haddon —a quien ya comparan con J.D. Salinger—, en adaptación del dramaturgo Simon
Stephens.
No
tendría caso escribir de la pieza después del exitazo en la cartelera. Pero es
increíble que hasta hoy no haya tenido la crítica que se merece sin importar su
éxito comercial: una obra que apretuja el corazón, que muestra racionalmente
cómo los autistas manejan la mente, diferente a los considerados “normales”,
aun cuando las capacidades de un ser con esas características bien podrían llevar
a puestos públicos a descerebrados que han llevado al mundo al desastre.
¿Razones
del éxito?: un melodrama, sí, pero sin telenovela de por medio. En el
protagonista no existen conceptos de felicidad o tristeza, no soporta las
mentiras ni el contacto humano, lo desquician al grado de resultarle
insoportable la vida social. Un autista, pues. Hemos visto la obra con los dos
actores que la interpretan: Luis Gerardo Méndez y Alfonso Dosal. La selección
de ellos orilla a la comprensión de un texto complejo donde no existe la
posibilidad del engaño, las metáforas ni los chistes socialmente aptos,
digamos, para “gente normal”. Actores sublimes.
Francisco
Franco es director de cine (Quemar las
naves, de 2007, excepcional), de teatro y de televisión. “Soy director
donde sea”, ha dicho. Todo parece indicar que es cierto: unificó un reparto de
actores antiguos y modernos que hacen un balance de la realidad pocas veces
visto en el teatro. La escenografía de Víctor Ballina es de las mejores de su
obra. Pero el autista con alto funcionamiento estruja alma y conciencia: la
anormalidad en un mundo donde la normalidad destruye a la naturaleza, y al propio
ser humano.
Una
familia donde exista uno con Asperger debe ser trágico. Llevar un hijo a la
escuela para “estudiantes con necesidades especiales” debe ser atroz. Pero la
obra orilla a comprender la diversidad del mundo “civilizado”. Gran montaje,
grandes actuaciones, gran trabajo de Francisco Franco en la dirección. Salimos
del teatro amando las cualidades diferentes de un autista y empezamos a querer
a los animales, entre muchas otras cosas.
Vale
la pena ver esta obra, que lean la novela y se acerquen a la prosa de Arthur
Conan Doyle. Rara vez el teatro comercial ofrece inteligencia para ganar
dinero. Valió la pena ver tres veces la obra y pagar el boleto sin esperar una
entrada gratuita (¿será por eso que los críticos de teatro no escriben de estas
piezas que se quedan en el mundo de los espectáculos?).
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