Por: Braulio
Peralta
Pudo ser banquero pero prefirió editar libros,
como su padre. Dejó el oficio de editor porque descubrió que los agentes literarios
son el futuro de la industria editorial. Ahora tiene a los mejores escritores
del mundo: Premios Nobel, muertos clásicos, tendencias, alternativas, apuestas
por regiones y escritores —hoy de moda, como África. El prestigio literario
antes que un bestseller que se
olvida en las próximas vacaciones. Pretende un negocio que sobreviva 200 años,
con la mejor biblioteca borgeana del planeta.
Se mofa de editores que presumen ser amigos del
autor. Que no entienden que lo que un autor necesita es un representante que
haga caso al cien sus deseos: que no quiere vivir como un miserable, en un departamento
modesto o asqueroso. Defiende los derechos de autor sin caducidad después de fallecido
un escritor, con un argumento irrebatible: “¿Por qué los idiotas tienen buenos
asesores legales y a los creadores no los aconseja nadie?” Apostó en grande
desde hace ya más de 30 años y ahora es el rey de los mejores autores del orbe.
Su sentencia es simple: “El jefe es el autor”. Es
al autor a quien defiende a troche y moche, no a las editoriales, que quieren
más por menos. Ha tenido la osadía de pelearse con la distribuidora de libros
más grande del mundo—Amazon—, a la que niega derechos de autor por porcentajes
irrisibles para libros electrónicos: según él, las Kindle dan cáncer... Un
pleito de años.
No tiene compasión por un editor a la hora de
negociar derechos, sabe quién es el que manda: el prestigio de sus escritores,
no baratijas. Para él, los editores son un trámite en la negociación de
derechos. Como buen ciudadano estadunidense, no tolera las medias verdades a la
hora de cerrar un contrato: sí o no, nada de medias tintas, como dice sucede en
España: “un sí que después es un no, o un quizá”: ¡imagínese lo que pensará de
México!, de quien solo tiene a un autor mexicano: Enrique Krauze (no a Octavio
Paz).
Algunas veces pude verlo en su stand de la Feria
de Frankfurt, la más importante del mundo —donde de verdad se negocian derechos
de autor y se gana dinero: no la exhibición de autores con costo al erario
nacional, como en nuestra Feria de Guadalajara. Ahí estaba Andrew Wylie,
observando los movimientos de su agencia literaria, atento a la reposición de
libros expuestos, a las citas con editores de cualquier idioma. Un agente
literario al que no le interesan los “lectores pobres” porque “no tienen
educación: compran basura”.
Piensa que la industria del libro impreso va
para largo. Que si en Estados Unidos se vende el 70 por ciento en papel y 30
por ciento electrónico es posible que esto no varíe mucho las próximas décadas.
Él no se acongoja: sigue leyendo en papel porque, dice, igual el libro
electrónico no es de su generación. Con 64 años, dice tener paciencia para
esperar como su negocio crecerá como la espuma...
Con Warhol aprendió a vivir su momento de fama.
Su recomendación final: si no saben de sicología nunca serán buenos agentes
literarios.
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