viernes, 19 de diciembre de 2014

Boñigas de bienvenida

Los carruajes de la Edad Media cruzaban caminos por lodo, polvo y piedras. Vender, visitar a la familia, viajar a placer o, en el peor de los casos, llevar a un enfermo al médico. Pero algunos, muy pocos —dicen que solo las clases pudientes—, salían de su casa al estreno de una obra de teatro, a la comarca más cercana.

Ir al teatro una noche de estreno exigía vestimenta acorde. Se encontraban las familias ricas de la región y el acontecimiento requería el mejor porte. Ese día, el chofer cepillaba la crin de los caballos, del lomo a las patas, y una limpieza total al auto de aquel entonces. Era parte del rito. Los caballos de la carroza, alegres del peinado, comían su pastura y tomaban agua.

La ruta podía ser larga según la distancia de la casa al teatro de la ciudad: esos corrales de comedia donde los actores se preparan en su camerino, nerviosos, ejercitando sus cuerpos. Previo al inicio de la obra se asoman desde una ventana a la calle para observar cuántos carromatos hay frente al teatro. Cuando descubrían más de diez, empezaban a excitarse con el éxito de la noche. Nada es más placentero que teatro lleno el día de estreno.

Los caballos no entran a la función. Los caballos cagan. Defecan sin pedir permiso. Esparcen sus heces frente al teatro. Un cúmulo de mojones son testigos del éxito o del fracaso de la representación. Los actores que viajan para llegar al pueblo lo saben: lo primero que divisan al llegar a la ciudad es localizar dónde hay más estiércol, porque allí deben ir para una función callejera donde la gente se arremolina para verlos.

De esta historia nace la leyenda por la que los actores se gritan así mismos “¡Mucha mierda!”, como sinónimo de “¡Mucha suerte!”, a fin de recibir calurosos aplausos —de pie, mejor aún—, al terminar la función. Desde el siglo XVI llega la historia de las boñigas como germen de felicidad para los actores. Esa noche, la caca es lo más relevante. Por eso a la compañía de actores, en los caminos, les gritaban: “¡Que tenga mucha mierda en el próximo pueblo!” Por eso los actores en proscenio se desean “¡Mucha mierda!” antes de iniciar la obra. Por eso también dicen que pisar excremento es de buena suerte.

Fue en Francia donde nació esta tradición teatral y se propagó por Europa. Aunque los ingleses adoptaron el término ¡Break a Leg!, para desearse suerte. (Al recoger las monedas que aventaba el público al final de la función, con tanta inflexión corporal podrían romperse una pierna. Buena suerte es: “hasta romperse las piernas”, como una entrega al público.) Pero fueron los franchutes quienes impusieron merde en todos los idiomas para desear “mierda, mucha mierda en el teatro”.

La historia del mojón en el teatro es imprescindible para entender el nombre de esta nueva columna —palabra en su idioma original como homenaje a los franceses y al gran Alfred Jarry que estrena en 1896 Ubu Rey e inicia su obra con la exclamación ¡Merde!, y abre camino a la sátira teatral sobre las mentiras de la edad moderna: lo que un rey hace para sacarle dinero a su pueblo—. Columna que quiere ser una suerte de bienvenida a la crítica teatral que inauguramos: que quiere ser divertida, sana, crítica e irreverente. Esperemos que los comentarios de los lectores —y la gente del escenario—, abran un debate posible sobre el buen y mal teatro de México y el mundo.

Ahora ya lo saben: entre más estiércol, mejor teatro.

¡Mucha mierda!

viernes, 5 de diciembre de 2014

El teatro de nuestra historia

El de Vicente Leñero no es un buen o mal teatro. Imposible clasificarlo de esa manera. Su dramaturgia responde a necesidades testimoniales, documentales, históricas, donde denuncia las diferencias en las clases sociales y la discriminación, la corrupción en todos los ámbitos, incluido el periodismo que ejerció magistralmente. Desde su novela convertida en obra de teatro posteriormente, Los albañiles, se perfila al gran conocedor del alma humana y sus miserias. Los que dicen hacer ficción pura no le dan el valor a este teatro de la realidad. Allá ellos. Tuvo muchos seguidores pero nadie de sus alumnos lo superó, al menos en la dramaturgia.

Tuve el privilegio de editar la mayoría de su obra narrativa en el Grupo Editorial Planeta, y antes, algunos de sus libros en lo que era Random House Mondadori. Tratarlo, y temer que en algún momento nuestras conversaciones privadas aparecieran en esos relatos —espléndidos—, de Gente así. Porque Vicente convertía en relatos las verdades que conocía o le contaban sus amigos. Deja inédito un material sobre Julio Scherer que se quedó contratado en Planeta. Ojalá nadie impida que salga porque los textos son el verdadero rostro de una amistad con aristas diversas y crítica ácida al dueño de la revista Proceso.

Un día, a manera de confesión, al entregarme el manuscrito de Sentimiento de culpa, dijo mirándome a los ojos: “Tengo muchos resentimientos que no me dejan en paz”. Callé. Sus relatos de la imaginación y de la realidad son testigo ineludible de esa confesión. En el teatro de Leñero tampoco se evade el tema de la frustración: cuando escribe de Martirio de MorelosLa noche de Hernán Cortés, o en Los periodistas del antiguo Excélsior, o en la obra Nadie sabe nada. Historias de rabia porque el mundo no es cómo al autor—un moralista y religioso— le hubiera gustado.

Sus libros de Vivir del teatro dan fe de sus enemistades con directores de teatro como Luis de Tavira, con quien hizo grandes montajes, y después se distanciaron. Tavira nunca le dirigió en vida una de sus piezas en su Compañía Nacional de Teatro. Tavira seguro debe tener tremendo sentimiento de culpa. Un dramaturgo con el que compartió los grandes éxitos que los hicieron famosos en los años 80 y 90. No sería tarde para que Tavira anunciara que la CNT le estrenará al menos una de sus obras como homenaje póstumo. Porque llevarlo a Bellas Artes y no montarlo es como una mentada de madre. Dramaturgo mejor que los que han montado en la CNT, seguro lo es.

Vicente Leñero es un outsider, se quiera o no, a pesar del poder que adquirió en el periodismo. Nunca estuvo a gusto en ninguna parte. Ganador del premio Biblioteca Breve Seix Barral por Los albañiles, no pudo dar el salto a la internacionalización como lo hicieron otros con el mismo galardón (Carlos Fuentes, Jorge Volpi, Elena Poniatowska). Nadie sabe a bien porqué suceden esas cosas. Le escuché a grandes escritores decir que a Leñero le faltó dar el salto definitivo, que era un autor local —como aquella frase de Fernando Benítez: “hay autores regionales, nacionales e internacionales”—. Lo cierto es que Leñero fue a España con Tavira en el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, en 1992, con La noche de Hernán Cortés. Fui un testigo privilegiado: pasaron sin pena ni gloria para la crítica de aquel país. Un montaje sobrio, somnoliento, radical, que no caló los filos de los insensibles españoles de hoy.

Sus mejores obras: Los albañilesLa visita del ángel y La mudanza, sin duda alguna. Explicar los porqués será para más adelante.

Se fue Vicente Leñero. Descansa en paz y ojalá resuciten sus obras.

sábado, 22 de noviembre de 2014

El arte de la beca

Nunca he estado contra las becas sino contra los modos para otorgarlas. Y de esa gente que se dice creador, y han sido incapaces de asumir que el tiempo, la vida, les ha demostrado todo lo contrario. Se equivocaron de profesión, pero quedaron atrapados en su mentira. El talento no les dio para reconocer que no llegarán a más que una bequita del Estado. Cínicos, asumen el papel de artistas y se acercan a la institución que regala dinero de impuestos para quienes escriben, pintan, filman, bailan, le hacen al teatro y al guión. Huyen del mundo hostil que dicen no les reconoce su valor cultural que los convierta en iconos de la cultura. Mejor tramitan sus papeles al SNCA para vivir del erario. La beca como reconocimiento de nada.

Soberbios, no cuestionan su fracaso. Reciben el dinero del Estado que a quien mejor se relacione le ofrece un salario mensual para vivir mejor. Ganan la beca e inmediatamente se inventan un viaje a Europa o Nueva York. O deciden salir de México un rato. O usan su beca para el departamentito de la colonia Roma, de al menos 23 mil pesos de renta. Pagados por el gobierno en turno. Solo tienen que justificar que trabajan en una exposición, un libro, un guión, una coreografía. Son pocos, contados, los merecedores de ese galardón gratuito que da un jurado tan mediocre como los elegidos en su mayoría. Repito, hay excepciones, pero son muy pocas. Se nos olvida, pero la cultura es todo menos democrática.

Vivir del arte de la beca. El modus operandi que alimenta el Estado. Tras años de otorgarla se evidencia que casi son los mismos de siempre. Difícil ver caras nuevas. A veces de jurado, y otras de becados. Se turnan. Se solapan. Casi nunca brillan por su trabajo creativo sino porque salieron en las listas del SNCA. Es cuando son alabados o envidiados, cuando son el hazmerreír o las figuras de la semana. Para los que vivimos cerca de la cultura, sabemos sus nombres, su mediocridad como artistas: Unos valen por su labia y otros apenas son un futuro impredecible al que el Estado recompensa no sabemos aún por qué. Ser artista no te da el aval de honesto (aunque, oh paradoja, sean críticos del Estado).

Algunos son hijos de escritores famosos. Otros, de funcionarios culturales. Unos, una familia del teatro que se regala las dádivas entre ellos. No es que sean cínicos. Ni siquiera se lo plantean. Son la estirpe de una raza para la cual el arte de la beca siempre ha estado presente para que sigan trabajando para sí mismos. Hay hasta apellidos de aristócratas. Y nadie los denuncia. Todos se asumen en el silencio de la ignominia. Si alguien es nuevo en la lista lo primero que tiene que aprender es a hacer lobby, relaciones, ir a los eventos oficiales, saludar y agradecer al funcionario en turno que hace un jurado a modo, y se lava las manos.


Da cierta vergüenza pertenecer a un grupo que nada representa en el concierto internacional de la cultura. Poquitos se salvan. El pueblo grande que cada año nos hace ver el tamaño de país que somos. No aprendieron la frase de Ezra Pound: “Un huevo de porcelana llamado beca”. Eso.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Gloria Trevi: la fama y la infamia

Sabina Berman es poeta, guionista de cine, dramaturga, novelista y periodista. Encasillada en nuestro país como gente de cine y teatro, en el resto del mundo la conocen ya por dos novelas con buena crítica: La mujer que buceó dentro del corazón del océano y El dios de Darwin. Un trabajo que se defiende solo, aunque en el caso de Gloria Trevi tuvo que escribir un libro, Gloria, para responder a los dimes y diretes públicos entre la escritora y la cantante de “Dr. Psiquiatra”, a propósito de la filmación del guión de Berman, dirigido por Barrie Osborne, aun sin estrenarse.

Un libro de indispensable lectura, con nuevas pistas para entender algunas claves de aquel escándalo por el cual la Trevi fue llevada a la cárcel en Chihuahua por poco más de cuatro años, acusada de corrupción, rapto y violación en 1999: iniciaba la persecución. Un libro único por su concepción, a manera de “en defensa propia”, por si Gloria Trevi lleva a los tribunales a Sabina Berman, por el resultado de su película.

Los periodistas de espectáculos no salen bien librados. Escribe Berman: “Pocos verifican nada. Casi nadie busca más fuentes que una sola. Aun la propia imaginación se vuelve una fuente autorizada… Se publican de Gloria noticias ciertas, inciertas e imposibles, entre ellas un satanismo en el clan Trevi–Andrade… A nadie le parece relevante fijar la verdad. Alguna verdad. Así sea un centímetro de verdad”.

Dos escritores, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, igual salen raspados: el primero “extirpa de la siguiente edición de Los rituales del caos el reportaje sobre Gloria y cambia la portada del libro, donde también la desaparece”. Berman le pregunta si “su conducta no fue una versión personal de la censura estalinista”. Él, “molesto”, responde: “No trato con quien me miente… Para mí fue como si hubiese escrito sobre un fantasma. Un ser inexistente”. Y de “la Periodista Más Famosa de México”, escribe: “Sencillamente sufre amnesia en relación a la cantante: no vuelve a mencionarla”.

Trevi, el centro del libro. Cómo no serlo. Berman no duda de su talento. Tampoco de la credibilidad de sus palabras, que va contrastando con las leyes. Una protagonista del mundo del espectáculo, Paty Chapoy, le declara que fue ella y Laura Suárez las que le dieron vuelo a la leyenda. Gloria Trevi dice: “A mí no me acusan de complicidad, me acusaban de yo haber corrompido, de yo personalmente haber violado, de yo haber personalmente raptado… Evidentemente yo no tengo ningún miembro viril”. Concluye Berman: “Y la justicia no se declaró sobre la complicidad o el encubrimiento posibles, porque no eran la materia del juicio de Gloria”.

Un libro esclarecedor. Léalo y descubrirá nuevos atisbos. Gloria Trevi tendría que agradecer al menos que alguien destape la posibilidad de conocer otra forma de encontrar la verdad de aquel escándalo, con periodismo de investigación. Mis respetos por el libro, raro en su literatura.


Ahora, esperemos sentados para ver la película: Gloria.

sábado, 25 de octubre de 2014

Sherlock Holmes: contra la mentira

El perro de los Baskerville —de Arthur Conan Doyle— es clave para desenmascarar las mentiras que un padre le dice a su hijo, un niño con síndrome de Asperger: con apenas quince años hace una investigación policiaca al estilo Sherlock Holmes para saber quién mató a Wellington, el perro del vecino. Lo que descubre asombra paso a paso a los ojos del espectador que va al teatro a ver El curioso incidente del perro a medianoche, una novela escrita por Mark Haddon —a quien ya comparan con J.D. Salinger—, en adaptación del dramaturgo Simon Stephens.

No tendría caso escribir de la pieza después del exitazo en la cartelera. Pero es increíble que hasta hoy no haya tenido la crítica que se merece sin importar su éxito comercial: una obra que apretuja el corazón, que muestra racionalmente cómo los autistas manejan la mente, diferente a los considerados “normales”, aun cuando las capacidades de un ser con esas características bien podrían llevar a puestos públicos a descerebrados que han llevado al mundo al desastre.

¿Razones del éxito?: un melodrama, sí, pero sin telenovela de por medio. En el protagonista no existen conceptos de felicidad o tristeza, no soporta las mentiras ni el contacto humano, lo desquician al grado de resultarle insoportable la vida social. Un autista, pues. Hemos visto la obra con los dos actores que la interpretan: Luis Gerardo Méndez y Alfonso Dosal. La selección de ellos orilla a la comprensión de un texto complejo donde no existe la posibilidad del engaño, las metáforas ni los chistes socialmente aptos, digamos, para “gente normal”. Actores sublimes.

Francisco Franco es director de cine (Quemar las naves, de 2007, excepcional), de teatro y de televisión. “Soy director donde sea”, ha dicho. Todo parece indicar que es cierto: unificó un reparto de actores antiguos y modernos que hacen un balance de la realidad pocas veces visto en el teatro. La escenografía de Víctor Ballina es de las mejores de su obra. Pero el autista con alto funcionamiento estruja alma y conciencia: la anormalidad en un mundo donde la normalidad destruye a la naturaleza, y al propio ser humano.

Una familia donde exista uno con Asperger debe ser trágico. Llevar un hijo a la escuela para “estudiantes con necesidades especiales” debe ser atroz. Pero la obra orilla a comprender la diversidad del mundo “civilizado”. Gran montaje, grandes actuaciones, gran trabajo de Francisco Franco en la dirección. Salimos del teatro amando las cualidades diferentes de un autista y empezamos a querer a los animales, entre muchas otras cosas.
Vale la pena ver esta obra, que lean la novela y se acerquen a la prosa de Arthur Conan Doyle. Rara vez el teatro comercial ofrece inteligencia para ganar dinero. Valió la pena ver tres veces la obra y pagar el boleto sin esperar una entrada gratuita (¿será por eso que los críticos de teatro no escriben de estas piezas que se quedan en el mundo de los espectáculos?).



sábado, 11 de octubre de 2014

Regreso a Octavio Paz



Estuve perdido escribiendo un libro que me llenó de sorpresas. Nunca hubiera querido regresar al tema de Octavio Paz, pero así fue. Un año de homenajes al poeta hizo que releyera algunas de sus obras La llama doble, Piedra de Sol, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Pasado en claro, Libertad bajo palabra, poemas sueltos y Los privilegios de la vista, mis preferidos en medio de tanta erudición. Me llené de dudas que no podía responder solo.

Tuve la necesidad de preguntar a especialistas como Roger Bartra, Héctor Aguilar Camín, Teresa del Conde, Víctor Manuel Mendiola, Pura López Colomé, Darío Jaramillo Agudelo, Jorge Aguilar Mora y Tedi López Mills. O releer algunos textos sobre el poeta de Carlos Monsiváis, Yvon Grenier, Fernando Savater, Armando González Torres, Elena Poniatowska, el propio Aguilar Camín, el hermoso poema de José Emilio Pacheco “Cinco guijarros de Mixcoac”, que escribiera en los 80 años de Paz. El caso es que, sin querer, estaba armando un libro, un regreso al poeta en su tierra.

No crean que fue deliberado. La idea original fue de Arturo Saucedo, director de la Fundación Iberoamericana para el Arte y la Cultura, A. C. Me había invitado a realizar un libro sobre el autor de Vislumbres de la India. Estuve renuente más de dos veces —él lo sabe— porque pensé: ¿regresar a Paz después de haber escrito las entrevistas de El poeta en su tierra? Me resistí. Pero me puse a releer al poeta y me convencí de lo mucho que falta por discutir sus ideas.

Así nació el libro que aún no tiene título. La generosidad de los participantes, los permisos de textos para incluirlos en la obra, la entrevista de Ana Cecilia Terrazas que le hiciera a la pintora Marie–José Paz sobre su historia de amor…, en verdad fue increíble cómo pudimos concretar el libro en tan corto tiempo. Aunque ahora que lo pienso, los reporteros somos así: rápidos y muchas veces mal hechos. No en balde las críticas nos llegan a raudales. La ventaja es que aquí los intelectuales hablan y uno simplemente pregunta, los textos de los autores dicen más que lo que podamos decir nosotros. Y el agradecimiento con ellos es infinito porque además los convocados dijeron que sí casi inmediatamente.

La disección que Aguilar Camín hace de El ogro filantrópico es la de un historiador serio que desmantela muchos conceptos del poeta. O Jorge Aguilar Mora, incomprendido en México, que con enorme lucidez analiza la obra de Paz y las vanguardias en el mundo, como pocos lo han hecho en estos homenajes que concluyen este año. Bartra no se queda atrás con su concepción del ajolote. Y así sucesivamente.

Autores que no son incondicionales del poeta. Eso quise para el libro. Autores capaces de decir su verdad, sin restricciones, grupos o intereses. Faltaron más pero éstos fueron los convocados. Existe la necesidad de discutir a Paz. La imperiosa necesidad de hacerlo sin alabanzas gratuitas. Nadie espere complacencias y sí la necesaria guerra civil con la palabra. Para quien lo lea, la sorpresa será positiva.
¡Saldrá hasta diciembre!


viernes, 26 de septiembre de 2014

Octavio Paz: sin los privilegios de su vista

Escultura de Henry Moore
¿Por qué aceptó el Palacio de Bellas Artes a un curador que no tiene ojo y sí pésimo sentido para establecer distancias entre una gran obra de arte y otra? Asombra el mal gusto desde la entrada misma de la sala principal: sin tiro visual, jugando a romper los espacios y destruyendo el concepto museístico. Obras atiborradas como si el Museo del Palacio de Bellas Artes fuera La Lagunilla. ¿Será que los mexicanos no entendemos el concepto de espacios amplios, abiertos y con respeto a cada una de las obras? No creo que Octavio Paz esté satisfecho de lo que han hecho con los privilegios de su vista.

En esto ver aquello: Octavio Paz y el arte es una muestra saturada, asfixiante, sin los necesarios descansos. Imágenes nacionales, internacionales y del mundo prehispánico e hindú de impecable factura, pero sin conexión alguna con lo que el poeta hizo de manera excelsa mediante la escritura y la poesía. La exposición pareciera que fue conceptuada sin estilo, sin emoción, como si se hubiera hecho con la intención de cansar al espectador para que éste saliera corriendo de ese espacio claustrofóbico, lo último que un visitante debería sentir con la experiencia de la contemplación estética.

Hay abigarramiento en el montaje de Héctor Tajonar, un hombre quizás informado pero escasamente sensible para la pintura, la escultura, los objetos y piezas exquisitas que requieren de un tratamiento único. No se explica cómo las salas finales de la muestra están casi vacías mientras que la principal es multitudinaria, invadida por nombres de artistas internacionales, sí, pero no de obras para ser contempladas en su poderío visual. Buscar el nombre en vez del arte es síntoma de ignorancia. ¿Apostó por el dudoso gusto del público, decidió sin consultar y con carta libre por ser consentido del oficialismo?

Ojo: Octavio Paz apuesta por las obras. Paz tiene un guión escrito sobre su concepto del arte y el artista en Los privilegios de la vista, el único libro realizado por un mexicano que intenta una enciclopedia del arte universal. No es poco. Hubiera bastado seguir esa obra y articular un discurso poético. Con menos piezas, la muestra habría sido más sólida en su concepción. Prefirieron el relumbre, el oropel de las firmas de los pintores, no la calidad de las obras.

Juzgue usted desde la entrada a Bellas Artes: espacio para la contemplación de esculturas, sí, pero sin pensar en la dimensión; obras aglutinadas de artistas reconocidos, sin respeto a sus espacios y necesidades de aire, sin lugar para la soledad en torno a las piezas. Si así es la entrada no le cuento más de lo que está dentro del recinto: dispersión, caos, experimentos fallidos con los que el curador quiso presumir de un conocimiento que no tiene.

Si va, por favor, vaya con ojo crítico, acciónelo, déjelo hablar; no vaya con mirada romántica para ver nombres en vez de arte. Ya es hora de que las autoridades culturales sepan que no pertenecemos a su reinado de desinformación, que no aceptamos todo sin chistar.