viernes, 1 de junio de 2012

La octava cabrita

No importa que cumpla 80 años de edad sino que en 2013 serán 60 de creadora intermitente. La niña que aprendió castellano con el servicio doméstico —“mi español no es el de Platero y yo sino el que aprendí en la cocina, con las muchachas”—, inició su carrera en el periodismo en 1953, en el antiguo Excélsior. Lo que siguió es la razón por la que recordamos a una mujer que, con Elena Garro y Rosario Castellanos, aporta su cuota de género, con nivel, en la literatura mexicana.
Ella sería la octava cabrita en su libro sobre las mujeres de la cultura en México (María Izquierdo, Frida Kahlo, Nahui Olin, Rosario Castellanos, Elena Garro, Nellie Campobello y Pita Amor). Amén de escritora, un personaje literario del que pueden escribirse muchas ficciones basadas en su historia: sobre su origen, de princesa, que desdeñó. Sobre su oficio de reportera, que la llevó a la cima con su libro La noche de Tlatelolco. O sobre sus amores, conocidos y desconocidos. O su apoyo a Andrés Manuel López Obrador, tan criticado por la reacción pero tan necesario y acorde con su pensamiento de izquierda. Lean si no: “Durante mi adolescencia pasé muchas horas en el cuarto de azotea. Subía ‘a platicar’ y nada me emocionaba tanto como las historias que allí escuchaba. Tiburcia, Enedina, Concha y Carmen se envolvían en sus recuerdos y en la ilusión del novio, la salida del domingo. Las veía desenmarañar su largo pelo con su escarmenador después de haberlo lavado y enjuagado en el lavadero. ¡Qué bonito rechinaba su pelo, qué bonito!...
“Del cuarto de azotea recibí dádivas. Siempre me dejaron oírlas platicar. Sólo una vez, una ordenó lanzándome una mirada negra:
“—Bájese, niña, ¿qué no le basta con lo que tiene allá abajo?
“Años más tarde Jesusa habría de lanzarme la misma mirada de cólera al relatarme su vida, al responder mi urgencia”.
La historia, a veces, puede escribirse al lado de los vencidos. Su trabajo ha permeado 60 años de nuestra cultura, desde su aparición en el periodismo en 1953, con preguntas impertinentes, o en el campo literario, con Lilus Kikus, en 1954. Detenernos en Elena Poniatowska es reflexionar para no perder la memoria de una gran parte de la literatura y el periodismo mexicano. Ella forma parte de esa historia. Lamentablemente, y tal vez por tenerla tan cerca, a veces la olvidamos. Acaso por eso apenas en 2002 le concedieron el Premio Nacional de Literatura.
Ella llegó para quedarse en la república de las letras. Los setenta y ochenta fueron el marco temporal para la concreción de su obra. Una vida literaria, plena. Todavía hoy en Sanborn’s podemos ver en la mesa de novedades la historia novelada de Leonora Carrington, a más de año y medio de publicada. Y lo que sigue. Si alguien le negara un galardón a Elena Poniatowska, sería mezquino.

1 comentario:

  1. Elena Poniatowska con su origen monárquico, curiosamente democratiza al país, al renunciar a su cetro y dedicarse no sólo a la literatura, sino a una severa crítica de los abusos del poder y el gran brillo que le da a Andrés Manuel. Me siento plenamente priviligiada de pertenecer a su círculo de amigos.

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