viernes, 7 de septiembre de 2012

Rusia: un viaje por Internet



Quise rasurarme pero fue imposible: el adaptador de conexión solo hizo explotar mi rasuradora. Deben ser las noches blancas de Rusia en este mes de junio, pensé… Sí, me llegó tu mensaje pero es carísimo porque Slim sigue amenazando el bolsillo de los mexicanos. Mejor sigamos por correo electrónico, a la antigüita, y olvidémonos del Iphone.
Llegamos alrededor de las cuatro de la madrugada de acá. Casi 23 horas de viaje, con escala en Frankfurt y Kazan. No dormí. Me vine leyendo a Joseph Roth, Rusia, que casi termino. Increíble crónica que escribió en 1926 y que —al llegar a la aduana— me regresa de golpe a sus páginas: la nostalgia de un pasado que es presente. La atmósfera de tristeza es indescriptible. La mujer de la frontera mide mi estatura a través de un espejo. Ni me mira. Observa el pasaporte y saca conclusiones con su computadora. Toma decisiones en su otredad. De un golpe sale el sello de entrada a un viaje alucinante donde el ruso y su alfabeto cirílico me esperan, al acecho, por mi ignorancia del idioma.
Pero la noche es blanquecina. En el horizonte se advierte la luz del día, que amenaza. Son casi once horas de diferencia con México. Medio día para pensar en la relatividad del tiempo. Apenas pude dormitar un par de horas. Días largos con noches cortas como destino. No cabe duda que importa el lugar donde tu cuerpo despierta. Bien. Aprendo: comida azerbayana, increíble por su frescura de vegetales con carnes asadas. Deliciosa. Y la gente, amabilísima. A señas todo, cuando el inglés es escaso por ambos bandos. Ciego, me dejo llevar.
Perm no tiene gracia. Es la antigua ciudad de Molotov, antiguo centro de concentración de armas que ahora quiere olvidar su pasado con Stalin. Pero no hay nada qué hacer porque sus museos son poco atractivos. Y a cada rato el ruido en el cielo te recuerda que un avión del ejército es una alerta. Ignoro contra qué. Cruza la ciudad y cruza la ciudad y cruza…Los rusos son como taimados pero alegres por dentro.
Día de galerías y museos por Perm para conocer a nuevas generaciones que son, en realidad, las mismas del mundo: copiar o hacer con clásicos sus intervenciones contemporáneas, a lo Brickman, a lo Picasso, a lo Dalí, hacia Dubuffet o Bacon o el nombre que pongas, incluidas instalaciones como en Nueva York. Eso sí: sin la sofisticación y los recursos de las grandes capitales del mundo. Lo que me impacta son los espacios públicos: una vieja estación de ferrocarril es la galería, o casas del siglo XIX, cayéndose de viejas pero con arte moderno. Hay interés en rearmar un cuadro de pintores rusos que sueñan con salir a conquistar el universo. Juventud a raudales que, sabemos, no es garantía de nada.
No sé. El arte pictórico es un movimiento constante, hoy desarticulado por la moda, eso que llaman instalación. Avelina Lésper seguro querría irse a otro lugar como el Ermitage, en San Petersburgo. Yo también.
Se me olvidó decirte que lo de la rasuradora lo resolví con rastrillos. 

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