Quise rasurarme pero fue imposible: el adaptador
de conexión solo hizo explotar mi rasuradora. Deben ser las noches blancas de Rusia
en este mes de junio, pensé… Sí, me llegó tu mensaje pero es carísimo porque
Slim sigue amenazando el bolsillo de los mexicanos. Mejor sigamos por correo
electrónico, a la antigüita, y olvidémonos del Iphone.
Llegamos alrededor de las cuatro de la madrugada
de acá. Casi 23 horas de viaje, con escala en Frankfurt y Kazan. No dormí. Me
vine leyendo a Joseph Roth, Rusia,
que casi termino. Increíble crónica que escribió en 1926 y que —al llegar a la
aduana— me regresa de golpe a sus páginas: la nostalgia de un pasado que es
presente. La atmósfera de tristeza es indescriptible. La mujer de la frontera mide
mi estatura a través de un espejo. Ni me mira. Observa el pasaporte y saca
conclusiones con su computadora. Toma decisiones en su otredad. De un golpe
sale el sello de entrada a un viaje alucinante donde el ruso y su alfabeto
cirílico me esperan, al acecho, por mi ignorancia del idioma.
Pero la noche es blanquecina. En el horizonte se
advierte la luz del día, que amenaza. Son casi once horas de diferencia con
México. Medio día para pensar en la relatividad del tiempo. Apenas pude
dormitar un par de horas. Días largos con noches cortas como destino. No cabe
duda que importa el lugar donde tu cuerpo despierta. Bien. Aprendo: comida
azerbayana, increíble por su frescura de vegetales con carnes asadas.
Deliciosa. Y la gente, amabilísima. A señas todo, cuando el inglés es escaso
por ambos bandos. Ciego, me dejo llevar.
Perm no tiene gracia. Es la antigua ciudad de
Molotov, antiguo centro de concentración de armas que ahora quiere olvidar su
pasado con Stalin. Pero no hay nada qué hacer porque sus museos son poco
atractivos. Y a cada rato el ruido en el cielo te recuerda que un avión del
ejército es una alerta. Ignoro contra qué. Cruza la ciudad y cruza la ciudad y
cruza…Los rusos son como taimados pero alegres por dentro.
Día de galerías y museos por Perm para conocer a
nuevas generaciones que son, en realidad, las mismas del mundo: copiar o hacer
con clásicos sus intervenciones contemporáneas, a lo Brickman, a lo Picasso, a
lo Dalí, hacia Dubuffet o Bacon o el nombre que pongas, incluidas instalaciones
como en Nueva York. Eso sí: sin la sofisticación y los recursos de las grandes
capitales del mundo. Lo que me impacta son los espacios públicos: una vieja
estación de ferrocarril es la galería, o casas del siglo XIX, cayéndose de
viejas pero con arte moderno. Hay interés en rearmar un cuadro de pintores
rusos que sueñan con salir a conquistar el universo. Juventud a raudales que,
sabemos, no es garantía de nada.
No sé. El arte pictórico es un movimiento
constante, hoy desarticulado por la moda, eso que llaman instalación. Avelina
Lésper seguro querría irse a otro lugar como el Ermitage, en San Petersburgo. Yo
también.
Se me olvidó decirte que lo de la rasuradora lo
resolví con rastrillos.
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