viernes, 29 de agosto de 2014

Calderón: la vida es culpa

Conaculta
Entre más quiere entender menos comprende: porque un auto sacramental barroco es cualquier cosa, menos realidad. Los elementos de la naturaleza transitan en el escenario en aparente armonía, alrededor de ese hombre que dicen Dios encarnó para crear, caer y redimirse. La tempestad arranca.

Calderón de la Barca escribió el drama La vida es sueño en 1636, y en 1673 —ya ordenado sacerdote—, lo rehizo como un auto sacramental que el director Claudio Valdés Kuri escenifica por primera vez en México.

Nadie trate de saber nada sobre la creación, caída y redención del ser humano si no conoce el lenguaje barroco, alegórico y metafórico, la religión o la teología: no basta con la fe. No. Pero puede asistir al teatro a observar la evolución de la conciencia del individuo, atrapado entre el Albedrío y el Entendimiento. Y su contraparte: la serpiente y el ángel caído, esas “fuerzas del mal”, y sacar sus conclusiones.

Valdés Kuri apostó por un estilo actoral —hasta sus últimas consecuencias—, sí, pero razonado, respetando el verso, el canto, el baile y la música. Calderón describe en otra de sus obras —La segunda esposa— al auto sacramental: “Sermones puestos en verso, en idea representable, cuestiones de la sacra teología que no alcanzan mis razones a explicar ni comprender”. Más de año y medio de ensayos antes de estrenar, para abordar un texto barroco que gracias al montaje es agua cristalina, ahí donde el hombre pierde sus sentidos y donde “el mal” hinca sus dientes para sacarlo de la órbita del “bien”: un espectáculo infinito.

Trece hombres que se transforman en lo femenino y lo masculino. Seres humanos que se pierden entre lo aparente e ilusorio, entre la fe y la pérdida de creencias, entre el miedo y la culpa, entre la moral religiosa o la verdad de la ciencia. Con Calderón, Valdés Kuri nos deja atribulados en la elección personal: si Dios es el agraviado, la culpa humana es infinita. O no: satisfacción infinita, sin el temor de Dios. El público puede elegir, según su cultura. Se sabe que los autos sacramentales se hicieron por el amor a Dios, sin restricciones ni pensamientos en contra. No en balde el Estado los prohibió en 1765 por aquel imperativo de creer o creer: imposible cambiar a los temerosos de Dios.

Pero la dirección escénica es una sorpresa más allá de lo religioso. Actores que son actrices, que son músicos, que son bailarines, que son cantantes, que son extraordinarios en la significación de la palabra, que son arte actoral sin restricciones de ningún prejuicio. El sacrilegio de actuar para lavar al hombre de la ofensa (Agua), ser materia del sacramento (Tierra), ser el verbo santificador (Aire) y símbolo de amor (Fuego). No sería difícil entender un texto complejo como La vida es sueño si fuera cierto que México es barroco.

Si es cierto, como dice Nietzsche, que “el estilo barroco surge cada vez que muere un gran arte”, loas al gran arte de Valdés Kuri y su equipo. 

Este fin de semana, últimas cuatro funciones en El Galeón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario