Conaculta |
Entre más quiere entender menos
comprende: porque un auto sacramental barroco es cualquier cosa, menos
realidad. Los elementos de la naturaleza transitan en el escenario en aparente armonía,
alrededor de ese hombre que dicen Dios encarnó para crear, caer y redimirse. La
tempestad arranca.
Calderón de la Barca escribió el
drama La vida es sueño en 1636, y en 1673 —ya ordenado
sacerdote—, lo rehizo como un auto sacramental que el director Claudio Valdés
Kuri escenifica por primera vez en México.
Nadie trate de saber nada sobre la
creación, caída y redención del ser humano si no conoce el lenguaje barroco, alegórico
y metafórico, la religión o la teología: no basta con la fe. No. Pero puede asistir
al teatro a observar la evolución de la conciencia del individuo, atrapado
entre el Albedrío y el Entendimiento. Y su contraparte: la serpiente y el ángel
caído, esas “fuerzas del mal”, y sacar sus conclusiones.
Valdés Kuri apostó por un estilo actoral
—hasta sus últimas consecuencias—, sí, pero razonado, respetando el verso, el
canto, el baile y la música. Calderón describe en otra de sus obras —La
segunda esposa— al auto sacramental: “Sermones puestos en verso, en
idea representable, cuestiones de la sacra teología que no alcanzan mis razones
a explicar ni comprender”. Más de año y medio de ensayos antes de estrenar,
para abordar un texto barroco que gracias al montaje es agua cristalina, ahí
donde el hombre pierde sus sentidos y donde “el mal” hinca sus dientes para
sacarlo de la órbita del “bien”: un espectáculo infinito.
Trece hombres que se transforman en
lo femenino y lo masculino. Seres humanos que se pierden entre lo aparente e
ilusorio, entre la fe y la pérdida de creencias, entre el miedo y la culpa,
entre la moral religiosa o la verdad de la ciencia. Con Calderón, Valdés Kuri
nos deja atribulados en la elección personal: si Dios es el agraviado, la culpa
humana es infinita. O no: satisfacción infinita, sin el temor de Dios. El
público puede elegir, según su cultura. Se sabe que los autos sacramentales se
hicieron por el amor a Dios, sin restricciones ni pensamientos en contra. No en
balde el Estado los prohibió en 1765 por aquel imperativo de creer o creer: imposible
cambiar a los temerosos de Dios.
Pero la dirección escénica es una
sorpresa más allá de lo religioso. Actores que son actrices, que son músicos,
que son bailarines, que son cantantes, que son extraordinarios en la
significación de la palabra, que son arte actoral sin restricciones de ningún
prejuicio. El sacrilegio de actuar para lavar al hombre de la ofensa (Agua),
ser materia del sacramento (Tierra), ser el verbo santificador (Aire) y símbolo
de amor (Fuego). No sería difícil entender un texto complejo como La vida
es sueño si fuera cierto que México es barroco.
Si es cierto, como dice Nietzsche,
que “el estilo barroco surge cada vez que muere un gran arte”, loas al gran
arte de Valdés Kuri y su equipo.
Este fin de semana, últimas cuatro
funciones en El Galeón.
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