jueves, 14 de agosto de 2014

Marilyn Monroe en la memoria

Siempre aparece en su destino: Westwood Village, en Glendon Avenue, Memorial Park. De repente se encuentra una cripta que dice “Marilyn Monroe. 1926 1962”, con flores a un lado. Venir a Los Ángeles a visitar su tumba.

O en Londres, en el barrio de Chelsea, en una galería exclusiva donde se exhiben fotos inéditas de Bruno Bernard, de los primeros en captarla. Adquiere el catálogo, con un regalo único: una fina foto de la actriz, “lista para enmarcar”.

Cada quien rememora a su Marilyn. Camina y repasa las lecturas sobre su vida. El relato de Truman Capote (“Una adorable criatura”), cuando escribe que la actriz dice: “Los perros no me muerden. Solo los seres humanos”.

Aunque a Paz no le guste Ernesto Cardenal, el poema de éste dedicado a ella sigue vivo. O la mezquindad de Arthur Miller en su biografía Vueltas al tiempo, donde dedica más páginas a Clifford Odets, que le presentó a la que fuera su mujer, de quien dice: “Estaba sola en el mundo”.

O la lapidaria conclusión de Norman Mailer en su biografía, Marilyn: “Desde el principio viven con el dinero de ella. Del trabajo de ella… [Aunque] Miller le ha salvado la vida” (dato curioso, Miss Monroe vino a Ciudad Juárez a separarse de Miller, el 20 de enero de 1961, un año antes de su caída).

La sonrisa que nunca se desgastó, ella, uno de los seres más tristes de Hollywood. “Al final del cementerio, en las lápidas verticales; no está sobre las criptas del césped”, le dicen. Ni siquiera la tierra le tocó, piensa: aquel 5 de agosto de 1962 en que Marilyn dejó de respirar en las primeras horas de la mañana, en el 12305 de Fifth Helena Drive... Era 6 de agosto y su cuerpo seguía en el depósito de cadáveres del condado de Los Ángeles, sin reclamarse. Ese día, Joe DiMaggio se encargó de su entierro.

Joyce Carol Oates ficcionó la primera gran novela del símbolo sexual más entrañable del mundo, Blonde, en 2000. En The Nation comparan a la autora con Faulkner, al brindar una visión de Estados Unidos: la gloria y decadencia del sueño americano. The New York Times calificó la novela como una Monroe: “hasta ahora un fenómeno cinematográfico que se había resistido a la mirada más atenta de la literatura”. Una actriz utilizada por hombres en pleno macarthismo donde, para figurar, había que hincarse frente a las piernas de los productores. Oates nos pone en la piel de Marilyn. Consigue hacernos ver al ángel derrocado que logró sobrevivir en la adversidad.

En Londres, recuerda la última película sobre ella, My Week with Marilyn, que dirigió Simon Curtis, en 2011. Una Michelle Williams la interpreta magistralmente. De repente, en Los Ángeles, caen unas gotas del cielo. Marilyn adoraba la lluvia. Y piensa con Capote: “¿Por qué todo tuvo que acabar así, Marilyn? ¿Por qué la vida tiene que ser tan jodida?”

El destino lo llevó a Los Ángeles, al último escenario de una mujer que desde niño admira con delirio. Y en Londres, ve las fotos del catálogo y canta para sí “Diamonds are forever”…

Se siente afortunado.

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