México ha cosechado en su historia éxitos
teatrales fuera del país, con escasa relevancia periodística. El malinchismo
nos ciega para aceptar las buenas noticias.
Algunos ejemplos, de los años ochenta a la
fecha.
Cuando Julio Castillo estrenó De la calle en Nueva York, la sorpresa en
México fue que apareció en la primera plana de The New York Times. Hoy todos sabemos que esa puesta, de 1987,
es un hito en la historia del teatro contemporáneo. Y Castillo celebra el siglo
XXI con un libro sobre su vida y obra escrito por Gabriel Pingarrón. No todo es
olvido.
O Jesusa Rodríguez, que arrasó con su versión de
Don Giovanni en Europa, cuando en
México fue menospreciada por la crítica especializada en su estreno en el
Festival Internacional Cervantino, en 1983. Fue después de su éxito extranjero
que regresó al mismísimo Palacio de Bellas Artes. A Jesusa le debemos una
reivindicación.
Mauricio Jiménez casi le da la vuelta al mundo
con su obra y dirección de Lo que cala son
los filos, uno de los hitos de nuestra escena mexicana, de 1988. Y
sigue sorprendiendo, aunque ha decidido la periferia al boato del centralismo.
Parece olvidado, pero no.
Bodas
de sangre, de García Lorca, dirigido por Alicia Martínez
Medrano con su Laboratorio de Teatro Indígena y Campesino de Oxolotán. No sólo
fue un éxito en Tabasco sino un suceso inusitado en España, al finalizar los años
ochenta. Irrepetible experiencia que marcó un teatro donde las comunidades
marginadas contaban alguna vez en el país. Esta historia es un libro
necesarísimo.
Amarillo, texto
de Gabriel Contreras y dirección de Jorge A. Vargas, es sin duda una revelación
en la escena mexicana desde 2009, y cada
que sale del país cosecha aplausos frescos para México. Un teatro social
necesario para un país sumergido en la violencia.
Claudio Valdés Kuri ganó con su pieza El gallo el mejor reconocimiento en el
Festival Brighton, de Inglaterra, en 2011. La obra tuvo temporada con escasa
crítica en nuestra capital, en 2009. La carrera de Valdés Kuri es de las pocas
con nivel internacional. En México apenas alcanzamos a reconocer sus alcances
universales, con su compañía, Teatro de Ciertos Habitantes.
En 2012, la Compañía Nacional de Teatro presentó
una versión de Enrique IV en el
mismísimo espacio donde inició su carrera William Shakespeare, The Globe, con
muy buena recepción. Se estrenó aquí en pleno Zócalo, con escasa resonancia. Su
director, Hugo Arrevillaga, le dio frescura a una compañía urgida de juventud. Arrevillaga,
se sabe, es una de las figuras más consistentes del panorama teatral.
Estos son, a mi modo de ver, sucesos que hicieron
historia en el teatro que sale fuera de México y nos representa dignamente.
Claro, hay otros grupos teatrales que han salido pero, sinceramente, han tenido
que regresar con la cola entre las patas.
Coda
Triunfó la inteligencia y sensibilidad con la
carta de escritores e intelectuales a favor de Alfredo Bryce Echenique. Se habían
tardado contra ese teatrito infame. Con gusto me sumo al titipuchal de firmas.
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