Un amigo dijo:
—Me he ganado el derecho de ser un lector de
tiempo completo. No pido más. No es poco…
Y sentenció:
—Ya no importa si escribo o no.
Cuando se declaró tan serenamente, detrás de él había
una laguna donde el sol empezaba a fallecer. Su rostro se extinguía ante la
fuerza de la naturaleza. Me sorprendió. Pocos son capaces de anunciar sin
tragedia la ausencia de la escritura a pesar de amarla más que a un ser humano.
No le creí. Aunque agradezco que jamás insista con la lectura de sus
mamotretos, común entre escritores. Desde luego: sigue escribiendo, a
escondidas. Y leyendo como un poseso de la literatura. Es un amigo de verdad. Respeta
mis lecturas libres.
Es un gran lector. Hablamos de clásicos y
contemporáneos. De literatura universal y mexicana, desde luego. Casi nunca
estamos de acuerdo a pesar de que, curiosamente, estamos cerca del mismo gusto
estético de autores y obras. Como yo, es fan de Fernando Vallejo. Pero él ha
leído sus novelas y biografías. O Henry Miller completito. Yo no. Siempre va delante
pero por fortuna soy mayor que él y el tiempo cuenta en la lista de títulos
palomeados. La narrativa y el periodismo nos ocupa un lugar de privilegio.
En nuestra última conversación, sacamos la poesía
a airear. Cuando la narrativa me cansa —obvio, por mala prosa—, regreso a la
poesía. Hace un año leo sin el compromiso laboral. Me dedico a libros fuera de
la órbita de las editoriales. Le recordé La sodomía en la Nueva España ,
de Luis Felipe Fabre. Me atreví a decirle: es para mi gusto el mejor libro de
poesía publicado en editorial Pre-textos. Me preguntó porqué. Contesté:
—Arriesgado, es un texto inteligente contra la Inquisición. Poesía
encarnada en boca de sodomitas caídos. Reinventa a los “homotextuales”, como
les llama. Una herejía literaria. Poesía donde las palabras se reelaboran, y resignifican.
—Como en Estuario, de José Luis
Rivas, que acabo de releer, comentó y declamó: “la llave de fontanero en T
donde se acoplan el estero, el río y la mar ceñida con su propia malla
reverberante”.
—Leí la obra poética de Rivas, recopilada en Raz
de marea. Me obliga al uso del diccionario —igual que otra exquisita:
Pura López Colomé—, a descifrar los múltiples significados de su poesía. Pero Estuario…
—No sé quién es Fabre. Cuéntame.
—Un poeta al que solo la mente aguda puede
detectar. Es más que solo sentidos, aunque se ocupe de la vida y su horrorosa y
sacrílega belleza. De su generación es el que más me interesa. Reclama un
conocimiento de la historia que trata…
Nos perdimos en otros libros y de la imaginación
que en la literatura solo la mente y los sentidos pueden desarrollar. O del
tacto de los dedos cuando cambias de página. Las letras, bien escritas,
despiertan el sueño que somos… hasta en un kindle.
Su propuesta para leer a Rivas y su Estuario,
fructificó. Prometí enviarle el libro de Fabre. Ojalá los lectores de poesía
también nos hagan caso.
Coda
Detalle: no importa la fecha de publicación de
los libros. Las lecturas se decantan.
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