Hace un año me separé del mundo editorial. Adiós
a los libros para venta. Hasta nunca a las lecturas forzadas. Lo más lejos de
la publicación de un libro por efectos comerciales. Ya no seré perseguido por
autores en busca de espejo. Perderé “amigos” y ganaré libertad para leer sin
prisa y placer. Regreso al periodismo, con escasas posibilidades de
sobrevivencia.
Hace años debí dejarlo. Harto de las formas de editar
en empresas trasnacionales: manuscrito a la imprenta, con ojo de contador, con
instinto de vendedor. Sin un criterio literario. Como libro de temporada. Para venta
del año y luego desaparecer del mercado. Y el que sigue. Leer para vender. Hoy,
cada vez con menos posibilidades de editar literatura sin adquisición segura. Renunciar
a lo que uno es para convertirse en mercader. Pues no.
Un libro, digamos, de calidad literaria, importa
poco si su venta no es la adecuada. No pasa el margen que te acotan las
trasnacionales del libro. Nadie en su sano juicio publica una obra que no venda
más de cuatro mil ejemplares. Y son contados autores y textos literarios que logran
llegar al menos a dos mil ejemplares. Eso es perder (salvo que entre el Estado:
patrocinador de fracasos).
El editor, o tiene ojo para la venta de un
libro, o no sirve. No es el que tenga sensibilidad para descubrir un texto
literario. Eso ya no existe en empresas trasnacionales donde me desempeñé los
últimos años. Donde importan los
targets, la moda o tendencia, no el valor cultural. Donde jamás se discute un
libro, sino el “producto” y sus perspectivas económicas. No satanizo. Es la
realidad.
Los autores que se dicen serios —muchos ni lo
son pero se lo creen—, ni entienden de esto, o hacen que les habla el sereno. Ya
citaré en otro momento ejemplos de mediocridad con creencias de sapiencia que
nunca se concreta en obra de trascendencia. Hablo con la sinceridad de la
experiencia. El romanticismo del mundo editorial es una falacia donde el único
ganador seguro es, primero, el impresor (cobro inmediato). Segundo, el
distribuidor del libro (50 por ciento del precio del libro, a la bolsa). Y los
últimos, casi a la par: el autor y la editorial que, si reimprimen, ya la hicieron
(si pasan de cinco mil ejemplares).
Agradezco a la vida entender que, una y otra vez,
el dinero es el soporte de las mentiras que vendemos en nuestra profesión para
demostrar nuestras capacidades creativas. Capacidades siempre en relación al
número de ventas de aquello que proyectamos. Después de vivirlo, admito que me
rindo. Lo siento por los que persisten en la credulidad que al menos a mí me
acompañó todos esos años que quise hacer libros de calidad, no de cantidad,
apegándome a mis conocimientos literarios, sí, pero también ajustándome a las
necesidades de empresas depredadoras de los talentos que contratan para que el
mundo editorial persista.
Coda
¿Por qué el programa Creadores Universitarios, con patrocinio de la UNAM, se
transmite por Televisa cuando la institución tiene su propia televisora?
¿Alguien puede explicarlo? ¿El rector José Narro no pasa por la transparencia
de recursos públicos?
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