Cuando ingresé oficialmente al mundo editorial en
Plaza y Janés, un periodista, Víctor Roura, se asombraba de que “los españoles”
hubieran contratado a “un ignorante” como yo. El artículo, publicado en El Financiero, lo pegué en la
entrada de mi oficina de avenida Coyoacán: que los autores supieran a qué
atenerse con semejante bestia. Fue la última vez que leí los insultos del
periodista que cumple 25 años dirigiendo la sección cultural del diario
mencionado.
Roura y un servidor nos conocimos en el Unomásuno. Con dos maneras de
pensar absolutamente divergentes, no parecería que pudiéramos ser amigos. Pero
lo fuimos. Del Unomásuno a La
Jornada , de la que fuimos fundadores y accionistas,
en los 80. Él, más cerca de Miguel Ángel Granados Chapa y yo, de Carlos Payán
Velver (hoy sabemos que esos grupos se dispersaron, y quedó uno solo, al mando
de Carmen Lira). Conversábamos de música —su delirio—, y de teatro —mi pasión—.
No dejábamos títere con cabeza del mundo
cultural: las mafias, el amiguismo, la corrupción, las becas, las dificultades
de ser editor de cultura en los diarios. En el Unomásuno él ya era jefe de información de la sección
cultural con Humberto Musacchio de responsable. Para cuando llegamos a La
Jornada , lo natural era la sección cultural para
Roura. Entonces él —nadie más—, me adjudicó el puesto de jefe de información. Ahí
empezó nuestro alejamiento. Y su encono.
Mi amigo hoy enemigo perdió la sección cultural
porque dejaba de publicar muchas noticias del ámbito cultural. La
Jornada quería exclusivas pero también la cobertura
de eventos fundamentales, como el Premio de los libreros de Frankfurt al poeta
Octavio Paz, que no cubrimos oportunamente, por ejemplo. Quejas desde la dirección
general. Roura, indignado, presentó su renuncia. Se la aceptaron. Me ofrecieron
el mando. Lo acepté. Ese fue mi delito. De ahí su rencor. No me meto en
intimidades porque está fuera de lo estrictamente informativo, pero diré hasta
qué punto fuimos amigos: con su mujer vivió en mi departamento de Cuba 12, poco
menos de un año. Así de cuates fuimos.
No pienso volver a escribir del tema. Hoy sé que
hay un libro de más de 400 páginas donde me infama y dice cosas que muy
difícilmente pueden comprobarse. Lo escribo ahora porque me cansé estos años de
guardar silencio en respeto a nuestra amistad. Un hombre con problemas para
discernir entre la verdad y su verdad, de la que nadie somos dueños. Aprecio nuestras
conversaciones/ confrontaciones, sí, pero no sus arrebatos donde el enemigo
acecha a cada paso y todos son responsables, menos él. Creo que la amistad
nunca termina a pesar de los finales donde aparece la enemistad. Por eso guardé
silencio estos años. Éste es mi punto final.
Coda
Por cierto, al lujoso y costoso libro de
Humberto Musacchio, México: 200 años
de periodismo cultural, le faltó un prólogo más extenso para tantos
años de diferencias culturales. Cubrir 200 años en 15 páginas es difícil. Eso
sí: el libro está bien bonito.
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