viernes, 15 de marzo de 2013

Juan Gabriel en El Chufas


Una noche apareció. Era el año de 1971. Estaba de moda el primero de sus éxitos, “No tengo dinero”. En las calles de Juárez y López, con jeans, camisa abierta y tenis, el que estaba destinado a ser un famoso compositor latinoamericano —Juan Gabriel—, estaba allí, sonriente, parado en esa esquina, abierto a platicar con quienes se acercaran. Justo a media cuadra de El Chufas, en el encuentro de jóvenes que querían conocer el ambiente de la Ciudad de México. La noche como una luna.
Nadie sabíamos entonces que lo nombrarían “El Divo de Juárez”, aunque hubiera nacido en Parácuaro, Michoacán, el siete de enero de 1950. Apenas llegaba a los 21 de edad. De pelo corto, ojos brillantes; escuchaba a los muchachos contar las historias de época, las canciones de moda, durante la presidencia de Luis Echeverría… El mismo Juan Gabriel que cantó en la Cumbre de Guadalajara en 1991 y que, dicen, avergonzó al presidente Salinas de Gortari porque los mandatarios de América Latina y España comentaban los contoneos del compositor, vestido de charro, como si estuviera en un Palenque: “Ay sí, tú”.
El Chufas era famoso porque se reunían jóvenes a tomar café o cerveza, y a ligar, la invitación a las fiestas nocturnas de fin de semana. “Un lugar de ambiente donde todo es diferente”, como la canción del “Noa Noa”. Era el mismo Juan Gabriel que cantaría al narcotraficante colombiano Gilberto Rodríguez Orejuela: tuvo que salir sin terminar el show porque el cantante —se escribe en el libro El ajedrecista—, “se agacha y le clava un sentido beso” a la mejilla del narco. Resultado: llevaron al intérprete directo al aeropuerto para salir lejos de Colombia, antes de que lo acribillaran.
Aquel 1971 aun no era leyenda. Iniciaba el ruido sobre su vida y obra. Ni siquiera había enfrentado a su disquera para rescatar sus más de mil quinientas piezas musicales que tanta fama y dinero le han dado con los cien millones de copias vendidas. Aquella noche quería salir a encontrarse con sus iguales, saliendo del Teatro Blanquita, su primer lugar de éxitos en el Distrito Federal, mucho antes de triunfar en el Palacio de Bellas Artes, donde las madres cantaban —con él— “Amor eterno”. Juan Gabriel buscaba juerga. Buscaba compañía. Buscaba lo que dice su canción: “necesito un buen amor, porque ya no aguanto más…”
Una pasión nocturna en los inicios de su fama. No sabía que vendrían denuncias por seducción, corrupción de menores. Demandas que hasta hoy nadie ha comprobado. Sí, sus evasiones fiscales. Sí, sus hijos adoptados. Sí, la mayoría que ha estado cerca de él ha lucrado con su prestigio y sacado provecho de lo poco o mucho que dicen saber de su vida. Trapitos al sol para la maledicencia pública. Tener 63 años y competir con las nuevas generaciones no debe ser sencillo. La antítesis de José Alfredo Jiménez, Agustín Lara y Armando Manzanero, sigue.
Aquella noche, Juan Gabriel necesitaba amor.
Coda
Recordé todo por sus 40 años de vida profesional. Él sigue siendo el mismo. El Chufas ya no existe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario