viernes, 13 de diciembre de 2013

El teatro de Mario Vargas Llosa

A Hugo Gutiérrez Vega

No creo que importe mi opinión a un Nobel de literatura si digo que su teatro es aburrido, desarticulado, con intenciones didácticas pero diálogos sin gracia, en un género —la dramaturgia—, que no es lo que lo llevó a ser el gran narrador que es en el idioma castellano.

Por ejemplo: Intento recordar aquel montaje de José Luis Ibáñez en el Teatro de los Insurgentes en 1985, con Silvia Pinal en el papel de La señorita de Tacna, una anciana en una mecedora que recuerda su juventud. Aunque, lo primero que me viene a la memoria es el desnudo integral de Margarita Gralia, la auténtica “señorita de Tacna” que se quedó solterona porque no quiso casarse después de una decepción amorosa de juventud. Nadie recuerda aquellos diálogos melosos donde la memoria se pierde ante la contundencia de las turgentes piernas de Gralia que la hicieron famosa.

Pero no es el único ejemplo: apenas ahora en el Teatro Julio Castillo presenciamos una adaptación teatral de La ciudad y los perros, en versión de Edgar Saba. Y en Guadalajara, en el marco de la Feria Internacional del Libro, la obra Kathie y el hipopótamo, dirigida por la española Magüi Mira, estelarizada por la cantante y actriz Ana Belén. ¿Qué decir? O mejor preguntar, ¿cuánto costó el lujo de traer esas compañías, peruana y española, que más que teatro traen el peso de un Nobel de literatura?

Los narradores o poetas famosos que han incursionado en el teatro han resultado un fracaso: Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Camilo José Cela, Alfonso Reyes…Una lista digna de la prosa y la poesía pero de dudosa reputación teatral. Mario Vargas Llosa no es la excepción: el teatro tiene sus códigos donde lo esencial es que el diálogo comuniqué a un público que escucha, no lee parlamentos. El espectador no imagina como en la literatura: observa los desplazamientos y el diálogo es fundamental para entender la trama. Vargas Llosa es sordo en la escena: no la conoce, no la profundiza, no decanta las palabras con la sabiduría del dominio que tiene en la narrativa.

Ana Belén es grácil por sí misma. Aires de diva. Belleza sin edad. Pero sin parlamentos es un cero en la escena. El teatro español no se distingue por buenas actuaciones, anquilosados en el decir como declamar: lo que alguna vez fue formal y hoy, por convencional, aburre con ganas. Peor montaje no habíamos visto en muchos años, es como si Franco no hubiera muerto. La ciudad y los perros, de Saba, igual, tanto que ni siquiera aguanté soplarme el segundo acto. Mejor regresar al libro original, la novela de juventud, la primera, la formación de estudiantes bajo la férrea disciplina militar.


¿Seguirán insistiendo en Vargas Llosa dramaturgo? Sí, mientras no existan autoridades capaces de decirle al Nobel que es mejor leer sus novelas que aburrir a un público desacostumbrado a textos tan pero tan densos, cargados de literatura escrita sin posibilidad de montaje.

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