A Hugo Gutiérrez Vega
No creo que importe mi opinión a un Nobel de
literatura si digo que su teatro es aburrido, desarticulado, con intenciones
didácticas pero diálogos sin gracia, en un género —la dramaturgia—, que no es
lo que lo llevó a ser el gran narrador que es en el idioma castellano.
Por ejemplo: Intento recordar aquel montaje de
José Luis Ibáñez en el Teatro de los Insurgentes en 1985, con Silvia Pinal en
el papel de La señorita de Tacna, una anciana en una mecedora que
recuerda su juventud. Aunque, lo primero que me viene a la memoria es el desnudo
integral de Margarita Gralia, la auténtica “señorita de Tacna” que se quedó
solterona porque no quiso casarse después de una decepción amorosa de juventud.
Nadie recuerda aquellos diálogos melosos donde la memoria se pierde ante la
contundencia de las turgentes piernas de Gralia que la hicieron famosa.
Pero no es el único ejemplo: apenas ahora en el
Teatro Julio Castillo presenciamos una adaptación teatral de La ciudad y
los perros, en versión de Edgar Saba. Y en Guadalajara, en el marco de la Feria Internacional
del Libro, la obra Kathie y el hipopótamo, dirigida por la
española Magüi Mira, estelarizada por la cantante y actriz Ana Belén. ¿Qué
decir? O mejor preguntar, ¿cuánto costó el lujo de traer esas compañías,
peruana y española, que más que teatro traen el peso de un Nobel de literatura?
Los narradores o poetas famosos que han
incursionado en el teatro han resultado un fracaso: Carlos Fuentes, Gabriel
García Márquez, Octavio Paz, Camilo José Cela, Alfonso Reyes…Una lista digna de
la prosa y la poesía pero de dudosa reputación teatral. Mario Vargas Llosa no
es la excepción: el teatro tiene sus códigos donde lo esencial es que el
diálogo comuniqué a un público que escucha, no lee parlamentos. El espectador
no imagina como en la literatura: observa los desplazamientos y el diálogo es
fundamental para entender la trama. Vargas Llosa es sordo en la escena: no la
conoce, no la profundiza, no decanta las palabras con la sabiduría del dominio
que tiene en la narrativa.
Ana Belén es grácil por sí misma. Aires de diva.
Belleza sin edad. Pero sin parlamentos es un cero en la escena. El teatro
español no se distingue por buenas actuaciones, anquilosados en el decir como
declamar: lo que alguna vez fue formal y hoy, por convencional, aburre con
ganas. Peor montaje no habíamos visto en muchos años, es como si Franco no hubiera
muerto. La ciudad y los perros, de Saba, igual, tanto que ni
siquiera aguanté soplarme el segundo acto. Mejor regresar al libro original, la
novela de juventud, la primera, la formación de estudiantes bajo la férrea
disciplina militar.
¿Seguirán insistiendo en Vargas Llosa
dramaturgo? Sí, mientras no existan autoridades capaces de decirle al Nobel que
es mejor leer sus novelas que aburrir a un público desacostumbrado a textos tan
pero tan densos, cargados de literatura escrita sin posibilidad de montaje.
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