1. ¿Y ahora qué harán los críticos de Alfredo Bryce
Echenique; omitirán que acaba de publicar una novela que roba a la sirvienta el
título, Dándole pena a la tristeza?
Es verdad que el autor irrita con sus declaraciones pero, ficcionista de su
propia realidad, ya lo hace personaje literario. El escándalo cobra visos de
cuento o novela. No gustó mi punto de vista publicado aquí por asumir que el autor
merece el premio de la FIL
de Guadalajara. Sigo pensando que es un premio bien dado (aunque debió declinar
a tan vergonzoso sigilo). El asunto de los plagios pertenece a los tribunales
del Perú y sus demandantes. Y un agregado: para los académicos los escritores
nunca han sido serios en nada, mientras no respeten las notas al pie de página
que se requieran. La seriedad de la academia nada tiene que ver con la locura
escritural. Y ya, me callo. Me aburre el tema y puedo caer en autoplagio al
repetirme como el resto con sus argumentos.
2. Adriana Malvido tiene, mínimo,
tres libros sólidos para merecer un Premio Nacional de Periodismo, por
trayectoria: Nahui Olin, la mujer del sol,
El joven Orozco. Cartas de amor a una niña y
Los náufragos de San Blas. Más de treinta
años de compartir su labor en el periodismo. Publicará en breve un libro
esclarecedor de la cultura maya, La reina
roja de Palenque. Debería existir un Nacional de Periodismo por
trayectoria en periodismo. Porque Adriana Malvido lo que ha realizado en unomásuno, La Jornada
y ahora Milenio es serio,
investigado, bien escrito. No fue gratuito el gusto en el gremio periodístico por
que la hayan distinguido en el género de entrevista: iba más allá de eso, sin
duda. México necesita, le urge, reporteros de cultura de esa calidad. Un lujo
ser su amigo y hermano.
3. No me perdí el montaje
operístico en Bellas Artes de Einstein on the
beach, dirección de Robert Wilson y música de Philip Glass. Una chulada
minimalista de antropología teatral (es de 1976). Un hito de la escena que
regresa como nuevo porque el público lo hace de hoy, vital, aunque cansado
(dura cinco horas). Mares de tinta teórica sobre la historia del montaje. Ecos
de Meyerhold y la supermarioneta del actor, reminiscencias a la pintura de
Edward Hooper, entre otros; se le compara con Brecht (pero exageran). Un
montaje donde el uso —y abuso— del tiempo es fundamental para compenetrarse en
el summum del arte escénico. Y de
cierto esnobismo, sin duda (no todos entienden: no hay nada que entender). Un
experimento operístico que provocó adeptos e influencias (Gurrola y De Tavira,
en algún momento). Fue tal la trascendencia de la pieza que terminó en trilogía
(Satyagraha, una de ellas). Había
venido en 1999, con Persephone, al
Festival Internacional Cervantino (me aburrió). Innegable capacidad lumínica y
arquitectura visual sin límites que posee el artista plástico —eso es— Robert
Wilson. Y Glass, bueno, es Glass. Creadores de ayer y hoy.
Coda
La reunión de intelectuales con Enrique Peña
Nieto causó más desasosiego que tranquilidad al medio cultural. A esperar el humo
blanco.
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