Las vanguardias siempre surgen escondidas,
agazapadas en la clandestinidad, hasta que alguien las descubre y se
oficializan. Si hay algo que el teatro mexicano no ha perdido es tradición,
renovación y ruptura, con estéticas revitalizadoras en dramaturgia, dirección y
estilos de actuación. Las crisis económicas, la falta de mayores apoyos
institucionales y la ausencia de liderazgo en las escuelas de teatro han
provocado que los teatreros se revelen y continúen sus propuestas escénicas en
otros espacios.
Crear es un impulso, no un asunto de
programación, algo que difícilmente comprenden los funcionarios. Los grupos
teatrales no dejan de trabajar frente a la inercia oficial. Si Antonieta Rivas
Mercado fue mecenas del teatro Ulises —que proyectó lo mejor de la vanguardia
nacional y universal—, hoy los directores y dramaturgos trabajan en
departamentos, casas, estudios de pintores o espacios alternativos para seguir
creando. Como el poema de Octavio Paz en Piedra de sol: “adonde yo soy tú somos
nosotros”. Como una roca, el teatro colectivo despierta y se apoya en su
individualidad.
Apenas se ha bosquejado la historia del
teatro en espacios alternativos donde pueden caber 20 a 50 personas dispuestas a
ver, creer la vida a través de los actores. Gratis, por cooperación voluntaria,
con copa o entradas, en la complicidad del arte, espectadores y artistas hacen
su mundo al margen de lo institucional, toda vez que la vida oficial es
rebasada por los creadores, más allá de una beca, un presupuesto para el
montaje, la espera de un espacio teatral y los magros salarios a los realizadores.
La emergencia de hacer teatro es más vital que la burocracia cultural. Lo que
habla bien del teatro y mal de las instituciones.
Juan José Gurrola hacía teatro en sus
departamentos o espacios no teatrales, donde se pudiera. Con él vimos a una
Carlota y un Maximiliano peleándose con Juárez por la nación. Hoy, apenas
recién pude ver Drenaje. Un paisaje, escrita y dirigida por José Alberto
Gallardo, en el taller del pintor Guillermo Arreola. Inspirado quizá en Diane
Arbus y Helmut Newton ante sus musas, confrontando sus puntos de vista sobre la
creación, la demolición de las ideas y la desaparición de conceptos per se.
Bataille en estado de ebriedad. Dos mujeres: Brenda Marsella y Michelle Ferrer
en un teatro clandestino que se niega a desaparecer cuando nos descubre al
individuo. O espacios como Carretera 45 con obras como Umbilical, de Richard
Viqueira, con la actriz Valentina Garibay: Meyerhold, Stalivnaski y Grotowsky
peleando por los actores de hoy en una reinvención del teatro. Gallardo y
Viqueira son los vanguardistas de hoy, junto a otros que desconocemos.
La oferta privada es ya generalizada. Directores
como Sandra Félix, Rodrigo Mendoza —en lo que fuera el salón de ensayos del
maestro Héctor Mendoza—, Hugo Wirth, Antonio Zúñiga, David Gaitán… El futuro
del teatro, asegurado con creadores dispuestos a partirse la madre, gratis, sin
grandes apoyos institucionales.
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