Están por encima de la moral, al lado de Nietzsche. No juegan las reglas del canon para escribir y dirigir su teatro: a la basura la tradición del texto como desarrollo, nudo y desenlace. Rebasan conceptos como happening, “espectáculo teatral” u “obra de autor”. Se saben rebeldes: rechazan el adocenamiento. Son de un naturalismo radical: Donde la obra surge de un cerebro que hace equipo con sus actores, justo entre las reminiscencias de Meyerhold y el consejo de Chéjov: “nervios, nerviosismo, pero no neurastenia”. Son las nuevas vanguardias que no terminan por descubrirse: sin apoyo institucional ni posibilidades de desarrollar sus infinitas capacidades creadoras. Y sin embargo se mueven…
Así surgieron en México Alejandro Jodorowsky con Fando y Lis (1961), Héctor Mendoza con Don Gil de las calzas verdes (1966), Julio Castillo con Los insectos (1973), Luis de Tavira con Woyzeck (1974), Juan José Gurrola con Lástima que sea puta (1978), Jesusa Rodríguez con Don Giovanni (1983), Mauricio Jiménez con Lo que cala son los filos (1988), Claudio Valdés Kuri con Los castrati (2001)… Carreras consolidadas en la historia del teatro. Se impusieron por su creatividad innovadora, nadie les regaló nada, salvo un detalle: había intelectuales y críticos de teatro en medios escritos que se ocuparon de su quehacer. Sin eso estuvieran condenados a una forma de desdén y olvido. Son los directores que revolucionaron la escena en México.
Pero los medios de comunicación no son los de ayer. Las redes sociales, electrónicas, son una masa amorfa que puede omitir la historia de la tradición y renovación de la escena. Autores, directores, gente de teatro que hoy parece abandonada a su suerte. Eso cuando se escribe del “arte contemporáneo”, “instalación” o “performance” —positivo, por líderes como Cuauhtémoc Medina, y negativo, por argumentaciones de Avelina Lésper en este suplemento. Eso, cuando es del teatro —de la escena, de la escenografía—, donde esos conceptos modernos son parte del arte escenográfico (Alejandro Luna, primer vanguardista del ramo).
La vanguardia teatral de hoy está en eso: en la instalación, en el performance, en el arte contemporáneo. Pero no le llaman así: se denomina y se seguirá definiendo como teatro, el lugar en el que han mamado las artes visuales. ¿Qué es el teatro de Richard Viqueira con su obra Umbilical sino la búsqueda de modernidad para algo tan antiguo como el teatro? ¿Qué es el montaje de José Alberto Gallardo sino el espacio donde un pintor, Guillermo Arreola, abre las posibilidades de convivencia entre el performance y la pintura, en su obra Drenaje. Un paisaje? Dos directores que pretenden aquietar los demonios del arte y vencer al sensei que traen dentro: transformando la tradición y sus necesarias rupturas. Porque el teatro, lo sabemos, es una historia sucesiva de resquebrajamientos para que surja la vanguardia.
Pero qué creen, el espacio se me terminó.
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