La mejor vanguardia no es la novedad sino el
reciclaje inteligente y transgresor. Sin imitar a Grotowsky o Artaud, solo
reinterpretarlos. Cuando uno ve dramaturgia, dirección, escenografía y
actuaciones como un bloque compacto, el teatro resurge con una fuerza
avasalladora. Eso vimos en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM —¡ya era hora de un
montaje así!—. Alberto Villarreal es un director y dramaturgo de lucidez impecable.
Vea usted la descripción de su última autoría:
Inicio al revés: en el escenario, el público; en
las butacas, los actores. Escenografía de Alejandro Luna, cómplice de las
nuevas generaciones, él: más joven y revolucionario que nunca. Colores
estridentes visten e iluminan a cinco actores bizarros, dispuestos a
desquiciarnos con un discurso anarquista, como inspirado en aquel texto de
Wilhelm Reich, Escucha, pequeño hombrecito, para decir que en las
“Grandes capitales culturales del mundo” no existe más que vacío. Con palabras
como balas. Poesía como fecundación. Actos para asimilar que somos una mentira
donde la verdad nunca se entiende. Estamos frente al discurso del caos.
Habíamos visto su Máquina Hamlet,
del gran dramaturgo Heiner Müller, con las excepcionales actuaciones de Diana
Fidelia y Roberto Blanco, en La
Gruta del Teatro Helénico, en 2004. El personaje principal de
Müller es un objeto: Escalera Metálica Industrial Modelo II A: un artificio
para desquiciarnos. No hubo oportunidad de escribir unas líneas en aquel
momento. Ahora, años después de aquel montaje, Alberto Villarreal reaparece con
su propia pieza, El Plan B de la materia, de una fuerza reveladora
como la poesía, bélica como solo la buena dramaturgia es capaz de generar en la
conciencia de un espectador sensible. La mierda que negamos. La civilización
que apesta a pseudomoral y religiones irracionales.
Cronicar lo visto es quitarles el privilegio de observar
lo que el escenario mexicano ofrece hoy a los espectadores: un suceso
extraordinario, un planteamiento radical de vida y pensamiento, un ataúd de
conceptos establecidos como buenos frente a la posibilidad de cambiar para
siempre y, acaso, conmover una vida que se hunde en el marasmo de democracias
falsas. Un hito del siglo XXI ha logrado Alberto Villarreal con un texto para
sus cinco actores: Tania Ángeles Begún, Rodolfo Blanco, Adriana Butoi, Renán
Díaz Santos, Bernardo Gamboa y Mónica Gómez. Si cree que exagero vaya a
corroborar y, si no le gusta por cobarde, aun así, le pago su boleto de
entrada.
Se encontrará con los patines que usó Héctor
Mendoza en Don Gil de las calzas verdes, imágenes perdidas en el
inconsciente de quienes vieron Los insectos, de Julio Castillo,
la irracionalidad de Luis de Tavira para dirigir a sus actores en Oficium
tenebrarum, y Jesusa con la ópera para actrices en Don
Giovanni. Pero, por sobre todas, la aparición de una voz poderosa y
limpia, antigua y moderna: Alberto Villarreal que nos dice: el teatro no ha
muerto. Viva el teatro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario