domingo, 3 de noviembre de 2013

Jeremías Marquines: piedras, ruidos y mente

Por Braulio Peralta

Desde Paterson, de William Carlos Williams —traducido a conciencia por el poeta Hugo García Manríquez—, hacía años que no leía otro libro de poesía de más de 500 páginas, hasta que llegó Obra Poética (1996–2012), de Jeremías Marquines, desde los confines de Tabasco. Lectura enfebrecida en torno a la naturaleza y esa mente del hombre, creadora de infiernos. Aunque la obra de Jeremías Marquines no es un poema extenso como Paterson sino el súmmum de libros que refleja las obsesiones en torno al pensamiento —no en balde es filósofo—, donde las palabras no son siempre las que dicta el diccionario.
Palabras como preguntas. Lenguaje como vértigo. La historia como un minarete, de la biblia judía al réquiem donde la muerte es soledosa, donde la vida es poesía sin soles, lunas de un lenguaje moderno o antiguo donde se devoran las almas. Atmosferocéfalos (el poeta, ese inventor de palabras), que alientan a vivir sin definiciones preclasificadas, que atraviesa los sueños del sonámbulo con destino irremediable a donde todos vamos a parar: el Gólgota. Y la resurrección de un pensamiento libre: Jeremías Marquines no es que escriba de la tragedia del hombre y sus vicios—no vive en una cárcel de prejuicios sino en el lenguaje como redención. El poeta que niega las definiciones per se, donde no hay obra escrita que sea asunto de una persona o escritor: “a donde yo soy tú somos nosotros”.
Yo soy Malcom Lowry y pasé por Acapulco para tomarme una cerveza aunque el resto del mundo continué en sombras… Soy Richard Dadd, el pintor parricida y demente que pintó The Frairy–Feller’s Mastertroke y terminó en el manicomio de Bethem: el pretexto de un poema largo para entender a Shakespeare y su reina Mab… Soy Alkabici, astrónomo y alquimista árabe que estudió el vuelo de los petirrojos… Soy José Gorostiza y, como el agua, no huyo de la sed… Soy Jeremías Marquines y tengo la capacidad de inventarme en los otros para ser yo y el universo…
Soy ese niño que no me deja en paz. Las palabras que estallan, que se transfiguran, que resignifican historias de hombres y mujeres que son vidas paralelas. El microcosmos del macrocosmos del que estamos hechos. Un consorcio bíblico donde acudimos al deshuesadero. Un tratado que quema de tristeza. Obra Poética, de Jeremías Marquines como un poema río de melancolía y desamparo, de conciencia estéril sobre el futuro, de inconsciencia sobre la naturaleza y sus peligros, de esa calamidad insomne que es el sexo, esa yuca cocida en el agujero de la tierra: esas palabras que abren y cierran mundos. Y otra vez: volver a empezar.

La eternidad como un presagio. La muerte como un ritual. Las mañanas como un cadáver en resaca. Antiguo o moderno, Jeremías Marquines no debería pasar desapercibido por los críticos literarios (lo mío es un texto de lector), ni de aquellos que buscan en la poesía su propio yo. Un poeta con filosofía sin palabras huecas en 10 libros. Una obra completa con apenas 45 años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario