Editar bestsellers de Estados
Unidos es cómodo, fácil y sin gran conocimiento. Bastaría ver la lista de los
más vendidos en publicaciones, los nombres que encabezan la tendencia, seguir
la historia de ésos éxitos y ofrecer un adelanto de derechos de autor para
garantizar su edición castellana. El que mejor paga la titularidad hasta por 10
años, gana: sin dinero no se mueve una hoja de papel impresa. ¿Eso es ser un
buen editor o tener chequera?
Eso no es más que un gestor de la economía: Que
sabe lo que el dueño de una trasnacional exige para sacar el presupuesto del
año. Créanme, no es difícil, con colmillo. Bastaría con leer memorias de
editores extranjeros que dedicaron parte de su vida al negocio del bestseller:
Libros la mayoría en poder de agentes literarios, encargados de aceptar o
rechazar ofertas de las grandes editoriales del mundo. Son los agentes los
verdaderos jeques para decidir el destino de un autor y su obra, no los
editores que hace buen rato han quedado en segundo término.
Los editores no tienen dinero para gastar sino
para hacer ganar a una empresa: Una equivocación puede costarle el empleo. Si
no me creen basta una lectura al libro de Gill Davies, Gestión de
proyectos editoriales, y entenderán la tragedia de hoy: Apostar por un
libro de calidad, de prestigio pero de escasa venta, es peligroso: Mejor
dejarlo en manos de su autor, que piensa que salva a la humanidad con su
manuscrito de ideas y sueños. Los “editores” no deben tener ningún sentimiento
de culpa para decidir el destino de un libro así: Simplemente no se publica. En
México estamos infestados de obras pseudoliterarias porque los editores barcos
creen que descubrieron al nuevo talento nacional.
La soberbia para editar y publicar es uno de los
más graves problemas a la hora de la realidad: Las ventas del libro. Todos son
culpables menos el autor. Y en la industria editorial el único cabeza a los
ojos del dueño es, precisamente, el editor: No el vendedor, no el distribuidor de
libros, no la publicidad. El editor carga con las responsabilidades. Algo que
un autor mediocre nunca entenderá. Menos esos escritores que creen van a ganar
el premio Nobel de literatura: No es broma: Tengo confesiones de muchos que he
publicado, soñadores sin ninguna esperanza pero con un ego fuera de serie (no
pienso decir nombres porque son más que varios).
Adiós al libro de Ernesto de la Torre Villar , Elogio
y defensa del libro. Los grandes difusores del libro de ayer no tienen
cabida en la industria donde lo importante es vender, no hacer catálogo,
autores de prestigio, títulos para las generaciones del futuro. Se acabó. Adiós
al XVII, considerado el siglo de la erudición, el inicio de las grandes
bibliotecas del mundo. En el XXI, ¿qué va a quedar de lo que hoy conocemos? Muy
poco a pesar de las listas anuales de autores en nuestros medios. Quizá ningún
título de los más de 100 nombrados por Sergio González Rodríguez en 2013.
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