Por: Braulio Peralta
Los editores de cepa perdieron la batalla. No me
crea a mí: lea Tiempo de editores, de Xavier Moret, o Pasando
página, de Sergio Vila–Sanjuan, y entenderemos por qué la industria
editorial del mundo castellano perdió la posibilidad de abrir más ventanas a la literatura y al pensamiento, porque el
comercio, el mercado del libro encontró en consumidores de escasa cultura una
forma de sentirse protegidos por el aura de la llamada “autoayuda”, o creerse
informados con libros de “ocasión” sobre los sucesos de un país.
El libro no es lo que era cuando en el siglo XV
apareció la imprenta, aunque se lea más que entonces: bastaría con revisar el
libro de Gabriel Zaid, Los demasiados libros, para observar la
crueldad de la historia del papel con letras. No quiero decir que lo hoy publicado
sea resultado de sociedades más cultas. De ninguna manera. Sigue existiendo un
segmento casi marginal de lectores avezados en literatura, frente a
consumidores de libros casi sin autor, donde lo que importa es que sean famosos,
ni siquiera que escriban decentemente. Bastaría darse una vuelta en librerías y
checar las primeras páginas de esas “obras” para saber que no miento.
Lo historia que cuentan Xavier Moret y Vila–Sanjuan
sigue su curso en el libro de Fernando Escalante Gonzalbo, A la sombra de
los libros: la compra por grandes trasnacionales de editoriales
pequeñas hoy casi desaparecidas en medio de un rimbombante nombre alemán,
inglés, francés o desde luego español. El negocio en manos de unos cuantos. Monopolio
de mercado a la alza, a pesar de la crisis editorial. Aun en la era digital, el
libro es y seguirá siendo un negocio en el que los únicos perdedores serán los
lectores cultos, los antiguos editores y autores que se han negado a entrar al
negocio de las letras para consumidores.
Algo hicieron mal los editores de antaño, los
mejores, los que inventaron un negocio que a algunos de ellos los llevó a la
ruina —no a todos—, y tuvieron que vender su editorial o perdieron la energía
con los años y decidieron liquidar su empresa. Digo que hicieron mal un negocio
redituable porque fueron incapaces de subirse al mundo donde el marketing es la
panacea de la globalización. El marketing no es el diablo: es un instrumento
para capturar lectores de todo tipo, cultos o no, pero con la intención de
crecer un mercado editorial. El error de aquéllos editores y autores es
satanizar al mercado y al marketing, como si no fueran importantes esos consumidores
de letras sin ton ni son —incultos, sí—, pero muchos de ellos serán algún día
capaces de ir más allá que pedir autoayuda…
No hay comentarios:
Publicar un comentario