A Lilia Rossbach
Siempre me resultó difícil José María Pérez Gay
como escritor, hasta que leí El
cerebro de mi hermano, de Rafael Pérez Gay. Saber que el primero fue
asesor, “secretario de relaciones exteriores” —y “hermano” de Andrés Manuel
López Obrador, cuando el segundo era detractor del político, la curiosidad me
llevó a leerlo. Más que el duelo entre ellos por diferencias de la vida
nacional, me atrapó la historia cargada de aforismos y metáforas dignas de la
mejor literatura. En México no se había escrito un libro tan intenso en la
relación de amor/odio de dos hermanos que, además, competían como escritores.
No hay literatura si no hay tragedia humana. El cerebro de mi hermano es una obra
en la que se debaten ideas. Dos hermanos que se confrontan, primero en la
literatura, y después en la política. Un libro ejemplo de la división que vive México
desde las elecciones de 2006, y lo que siga. Rafael Pérez Gay acude al campo de
las razones para crearle al lector —no describirle—, una atmósfera donde la
muerte ronda a su hermano. Una obra que guiña a quien lo lea, continuar con más
libros después de concluir las páginas de este testimonio/ ensayo/ biografía
emocional—más que un simple “informe” del final de una vida.
No puede compararse al libro de Pérez Gay con el
de Paul Auster, La invención de la soledad,
o Philip Roth con Patrimonio, porque
narran la historia de sus padres con ellos, los escritores. La relación entre
hermanos es de otra dimensión humana. Ni siquiera cabe la pregunta si El cerebro de mi hermano es o no
literatura: cuando la realidad se rebasa con la palabra escrita, inicia la
ficción. Como el caso de Esa visible
oscuridad, de William Styron: recordarlo y decir que, cuando los demonios
de la depresión arriban a casa de los Pérez Gay por la batalla a muerte, Rafael
lo convierte en un libro donde la verdad ya no importa.
No es un texto triste como suele ser la vida: es
literatura donde la ironía y la risa acompañan al lector, como apaciguador
inteligente del dolor. Un libro racional, poco emocional, que hace reflexionar
lo trágico de las enfermedades del cerebro. Dicen por ahí que los escritores
siempre traicionan a la familia al contar intimidades. No estoy seguro: la
pluma fiera de Rafael Pérez Gay dirige sus dardos con razones para superar imponderables,
él, que ha vivido el trance de superar el cáncer y varias muertes (como en su
otro libro, Nos acompañan los muertos).
Quien supera la realidad es un verdadero escritor, y éste es un himno sin
alabanzas, con verdades literarias sobre la vida pública y privada de José
María Pérez Gay, que terminó siendo más conocido como político que como filósofo
y escritor.
Un retrato desnudo de dos hermanos amantes de la
literatura. Donde la ficción podría empatar con la realidad, como si todo lo
escrito en El cerebro de mi hermano
fuera cierto.
Reintentaré en algún momento leer a José María
Pérez Gay.
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