A Marie José Paz
Octavio Paz se convirtió en una obsesión periodística: buscar sus puntos de vista y oírlo decir palabras que corregía una y otra vez:
“Una premonición, no, mejor: una profecía”.
“No ponga mi fe, escriba: la fe”.
“No, no, inseguridad no: insatisfacción.”
“Es preferible moderna que contemporánea, ¿no cree usted?”
Porque además de corregirse, preguntaba al entrevistador. Tengo el manuscrito de El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz: lecciones de corrección para iniciados y letrados. Un poeta que reescribía sus poemas tampoco quería dejar dudas sobre las entrevistas que le hacían periodistas y escritores. Un experto en la exactitud de las palabras, y su significado. Si le damos una mirada al índice del tomo 15 de sus Obras Completas leeremos a las mejores mentes conversando con él. Cada quien debe tener su propia impresión. Esta es la mía.
Nunca he creído que las entrevistas sean del entrevistador. Es una complicidad entre dos. Más cuando se trata de un grande como él —obviamente no daba a revisar una entrevista a cualquiera. “Lo hago por mis dudas, no por lo que usted vaya a escribir”, decía. Lo busqué para pedir autorización para hacer un libro de sus entrevistas —realizadas entre 1982 y 1996, mis años de reportero cultural. Me dijo inmediatamente que sí.
No llegan a 20 las conversaciones en El poeta en su tierra, un libro de periodista, no de especialista en Paz. Siempre iba con mis preguntas y el libro leído. Él, antes de empezar, sugería: “Le apetece tomar algo, ¿un oporto?”. Y seguía: “¿De qué vamos a hablar…?” Nunca quise poner “color”, “ambiente”, o descripción del lugar, como acostumbran en muchas entrevistas: no con él. Prefería afinar las preguntas, mi posibilidad profesional. Debo decir que, a pesar de mi admiración por su obra, iba al diálogo con prejuicios por aquello de Cuba, la Unión Soviética o Centroamérica. Sobre todo cuando su libro Tiempo nublado. Él, perceptivo, al final del diálogo, me preguntó:
—¿Me permite dedicarle el libro?
Asombrado le contesté: sí. Dice la dedicatoria:
“Las diferencias no son enemistades”.
No era cualquier frase de lección. De su departamento de Reforma 369, Marie José Paz me despidió con su amplia sonrisa.
No fui amigo de Paz, como varias veces estudiantes o periodistas me dicen y les aclaro. Utilizamos el distante “usted”. Sí tuvo la confianza de decirme cosas que jamás se publicarán, por ser privadas, off the record. Tenía un trato cálido, tanto, que en Estocolmo, cuando recibió el Nobel, en el Gran Hotel no me permitían entrar. Lo vi a lo lejos, rumbo al elevador. Le grité por encima del botones: “Don Octavio…”. Volteó, me reconoció, y se pronunció:
“¡Braulio, vamos a tomar un café!”, decía caminando hacia mí.
Me dio la “exclusiva” porque se sentía feliz, dijo, de que un medio mexicano estuviera en el evento (un esfuerzo que me costó cubrir con un zapato desfondado y una gabardina del caricaturista Ulises Culebro, porque en aquel entonces no tuve ni para abrigo. El periodismo pocas veces da para más).
En su Centenario de nacimiento —a petición de mi editor—, cuento estas intimidades detrás de una entrevista al poeta en su tierra.
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